CANOA YAMANA

COLECCION DEL PADRE MARTIN GUSINDE

Los yamanas no emprenden marchas largas en tierra firme y se conforman con las caminatas necesarias para recoger madera o conchas y atrapar animales de caza, pues la región no se presta para viajes por tierra. De una isla a otra, de una orilla transitan indefectiblemente en su canoa hecha de corteza. Aunque pudiesen recorrer un largo camino a pie a lo largo de la orilla, prefieren hacerlo por mar, que es más fácil y más cómodo. La cano le es, materialmente, imprescindible. Si una familia o un pequeño grupo ha llegado a perderla, se encuentra en una situación de emergencia que deberá superar necesariamente lo antes posible. Como nómades acuáticos que son, de ningún modo podrían renunciar por un periodo prolongado a este medio de transporte.

Su tipo de construcción es peculiar y se distingue a primera vista de los botes de otros pueblos. Los productos de la tierra, de por si escasos, son elegidos con sana prudencia y empleados de modo de lograr un medio de transporte cuanto menos resistente y durable. El objeto terminado tiene un aspecto grácil, es de forma elegante y de fácil manejo, poseyendo considerable capacidad; los detalles de su ejecución son de buen gusto y sus líneas son agradables.

Pasando por alto los múltiples detalles de poca importancia, se le aparece a cualquier observador como una obra maestra de elevada funcionalidad y como máximo exponente de destreza técnica de estos indios. No todos tienen la misma habilidad para construir canoas, pero aquel que es capaz de fabricar algo perfecto goza públicamente de gran prestigio. Este objeto de importancia vital para estos indios merece que se lo describa en todos sus pormenores; al hacerlo estaremos elogiando implícitamente su destreza. Digamos de paso que esta canoa de corteza llamada anan o, en forma más completa, aiyusu anan, coincide en gran medida con la que fabrican sus vecinos, los halakwulup, en lo que respecta a su diseño y sus partes esenciales.

Los trozos de corteza

La embarcación que de antiguo es propia de los yamana es una canoa compuesta de tres grandes trozos de corteza. La descripción que sigue solo se referirá a esta. La mayoría de nuestros aborígenes ha pasado en los últimos tiempos a la piragua monoxila y al bote chato, pero esto solo después de que los europeos introdujeran el hacha de hierro.

Es cierto que toda la región está cubierta en forma más o menos densa de hayas antárticas; pero rara vez y, generalmente, muy en el interior de la isla, es dable hallar un trozo de corteza liso, uniforme y de suficiente longitud. Puede decirse que su búsqueda es el único motivo que puede llevar a un hombre a internarse profundamente en el bosque. La mayoría de las veces dos o tres hombres juntos van en busca de ellas. Una de las causas es que resulta para un hombre solo separar la gruesa corteza aiyusu del tronco, otra es que nadie atraviesa solo largas distancias en el bosque. Estas correrías son frecuentemente fatigosas y agotadoras. Casi siempre se opta por nothofagus betuloides, que desarrolla un tronco liso y recto como una columna y al mismo tiempo deviene más grueso que los otros dos tipos de haya; por otro, lado su corteza no se resquebraja tan fácilmente.

Una vez que los hombres dieron con un tronco que puede ofrecer un trozo de corteza utilizable ponen manos a la obra. Al menos uno de ellos es avezado en lo que hace a la construcción de canoas y evalúa las proporciones a simple vista. Para desprender la corteza reparten sus fuerzas, después de haber examinado bien el trozo impecable, desprovisto de ramas y protuberancias. La superficie lisa deberá proporcionar 5 m. como mínimo. Por encima de la rama más alta arrojan la parte media de una correa larga de piel de foca, dejando que los dos cabos sueltos cuelguen hacia abajo. Uno de estos cabos termina en un lazo, que un hombre más bien joven se coloca alrededor de las caderas y sujeta. Mientras su acompañante tira del otro cabo, aquel va trepando hacia arriba apoyándose con los pies y abrazando el tronco con las manos. Allí practica una incisión, que continua verticalmente hacia abajo. Por estar atado a la soga que el otro hombre va soltando lentamente para hacerlo bajar tiene las dos manos libres para esta tarea. Una vez que ha llegado abajo deberá subir nuevamente. Ahora practicará el corte horizontal alrededor de todo el tronco. Si éste es desmesuradamente grueso y basta un corte en la corteza, deberá darle el ancho requerido realizando un segundo corte longitudinal de arriba hacia abajo. La segunda incisión horizontal, a corta distancia del suelo, es más fácil de practicar.

Para esta tarea el hombre se sirve de una cuña de hueso y de una piedra plana adecuada como martillo. La primera solo se emplea para practicar el corte en la corteza, y muy rara vez para partir troncos gruesos para hacer leña. Se fabrica un hueso costal ancho largo de unos 35 cm. Carece un mango propiamente dicho. Afilándolo sobre una piedra áspera, se rebaja el trozo de hueso hasta que aparece la forma de cuña ligeramente redondeada y con un buen filo. Con la mano izquierda el hombre tiene asida una cuña por su parte superior; la aplica a la corteza presionando levemente y, usando una piedra como martillo, la golpea con la derecha hasta llegar al tejido leñoso. Se maneja como un formón. El que carezca de una cuña de hueso hará las incisiones en la corteza con una valva afilada o con el cuchillo de concha propiamente dicho, con estos implementos la tarea resulta ciertamente más lenta y mucho más ardua.

Después de circunscribir el trozo de corteza con la cuña de hueso en forma de rectángulo largo, el hombre vuelve a subir hasta el lugar donde ha practicado el corte horizontal superior y afloja el borde superior con la misma cuña de hueso u otra más fina, cuidando siempre que la corteza no se parta. Eso resulta tanto más fácil cuanto más curva sea.

Algunos se valen de un descortezador de hueso. Tiene unos 60 cm. de largo y 7 cm. de espesor, es totalmente plano y su forma es la de un cortapapeles curvado. Se fabrica de una costilla de ballena. Se lo introduce de a poco debajo de la corteza, hasta una profundidad de unos 15 cm., y con leves movimientos de palanca se la va aflojando alrededor, tanto más eficazmente si el descortezador es algo flexible.

Una vez que el hombre separó la corteza del tronco en la parte superior dejando libre algún espacio introduce en el primero un pie y luego el otro. Ahora actúa el peso de su cuerpo. A medida que se desprende la corteza él va hundiéndose cada vez más; finalmente parece encerrado entre la corteza y el tronco. Apoya la espalda contra este último y toma los bordes del trozo de corteza con las dos manos o lo aleja de su cuerpo presionando con las palmas de las manos. A fuerza de pisotones que da dentro de su encierro termina por desprenderla totalmente, hasta su parte inferior.

Es fácil imaginar que esta tarea es agotadora e incómoda, pues las fibras de la corteza son duras y se adhieren firmemente al tronco y, por otra parte, la correa no ofrece un sostén seguro.

A veces el hombre recurre a tarugos de madera que ata al tronco a cierta distancia uno de otro y que le sirven como escalones. Pero solo los utiliza hasta el momento en que puede deslizarse entre la corteza desprendida y la superficie del tronco que ha quedado al descubierto y mantenerse allí.

Todos conocen la época más apropiada para descortezar un árbol fácilmente. Son las semanas de primavera que van de mediados de septiembre a fines de octubre, durante las cuales un activo metabolismo recorre la zona cortical y la turgencia de los tejidos es muy elevada. Puede darse naturalmente que una familia pierde su canoa en otra época del año e, impulsado por la necesidad, un hombre se decida a fabricarse una nueva. Sin dilación deberá proporcionarse trozos de corteza, aunque ello traiga aparejado mayores esfuerzos. Sabe que la corteza que no se desprende en primavera es más quebradiza y se parte con más facilidad y, por consiguiente, será menos útil.

Por previsión, uno que otro desprende un trozo de corteza en primavera, aunque no lo necesite en el momento, pues más adelante podrá servirle para efectuar un arreglo urgente. No obstante, de nada le sirve si llega a perder su embarcación en algún lugar alejado y no hay nadie cerca que pueda llevarlo en canoa hasta el lugar donde tiene sus trozos de corteza. Por lo menos todos tratan de recordar los arboles de los que pueden desprenderse trozos de corteza apropiados; cuando la necesidad los apure, no tendrán que perder tiempo buscándolos. En algunos casos, no queda más remedio que esperar hasta la próxima primavera para iniciar la construcción de una embarcación nueva.

Los trozos de corteza del tamaño requerido se protegen conservándolos en agua y evitando así que se sequen o deformen. Se colocan en una charca de fondo pantanoso cuya flotabilidad impide que se doblen; poniéndole encima algunas piedras de tamaño mediano se impide que sobresalgan de la superficie del agua y se distiendan, adquiriendo una forma irregular.

Su construcción

Todo indio sabe que las partes de un trozo de corteza que se ha secado ya no se podrá recuperar su flexibilidad. Por consiguiente, suele desprender la corteza inmediatamente antes de utilizarla o la conserva meticulosamente bajo el agua hasta comenzar su transformación. Aun habiendo comenzado el trabajo, si debe interrumpirlos por unos pocos días, ya sea por el tiempo o por falta de alimento, no puede evitar a veces poner el trozo de corteza bajo agua. Cuanto antes finalice la tarea tanto más resistirá la corteza.

Para construir una canoa hacen falta tres trozos de corteza grandes, dos anchos para los costados y uno largo, grueso y más estrecho para la parte central. El hombre los saca a la rastra del bosque y los tiende sobre una extensión de pasto abierta y llana, donde desea efectuar su tarea. Con un raspador, con un cuchillo o bien con una valva afilada, quita las fibras leñosas sueltas de la parte interior. A continuación, da vuelta el trozo y alisa la parte exterior desbastando la corteza. Una vez que ha hecho esto, dará flexibilidad a un trozo de corteza después de otro, exponiéndolo al calor. Se coloca el trozo de corteza sobre un fuego alargado, con brasa uniforme de carbón de leña y se lo vuelve y mueve sin cesar para que todas sus partes reciban el mismo calor por ambos lados, sin quemarse. De esta manera el trozo se vuelve flexible como el cuero grueso, y en este estado es posible darle la forma requerida.

Acto seguido, seleccionará entre los tres trozos. Como dijimos, las partes laterales deben ser anchas, en tanto que la parte central, que formará el piso del bote, deberá ser larga y gruesa. Nuevamente, a simple vista, el hombre comienza a recortar cada trozo; jamás utiliza metro alguno u otro recurso parecido, tales como un cordón, varilla o el propio palmo. Dará al trozo del medio la forma de un cigarrillo, es decir que lo rebajará en el tercio derecho e izquierdo de su longitud total y lo terminará en un borde de unos 10 cm. de ancho en ambos extremos, o al menos es uno, si es que el otro termina en punta. Este se utiliza para la proa, aquel para la popa. Cortará los otros dos trozos de corteza de tal modo que uno de los bordes sea casi recto, el otro curvado; los dos extremos de ambos trozos terminan en un borde oblicuo que remata en una punta fina. Después de dar forma al trozo central, le adaptará las partes laterales apoyándolas repetidas veces contra aquel. Deberán ser lo más flexible posible, por lo que las pasará una y otra vez por agua dulce y luego por fuego.

Ahora se hace necesario contar con dos varas delgadas y regulares que servirán de remate superior o borde de la embarcación. Teniendo en cuenta las proporciones y el contorno de la construcción proyectada, el hombre hunde en el suelo alrededor de una docena de varas cortas de cada lado, que son necesarias como armazón y sostén de las partes que aún no están unidas entre sí. Cuando, después de recortarlos con gran exactitud, lo tres trozos de corteza terminan por insertarse unos en otros, los coloca allí dentro. A veces también saca la tierra a paladas, dándole la forma de la canoa proyectada. Luego cose las varas al borde recto del trozo de corteza lateral por ambos lados, formando el borde; su extremo delantero constituirá más tarde la punta saliente de la proa, que solo rara vez sobresale de 2 a 3 cm. de la corteza.

Para ello utiliza las tiras de alrededor de 1 mm. de espesor y 3mm. de ancho de la capa de madera más reciente bajo la corteza de los pequeños troncos jóvenes de nothofagus antárctica, que son sumamente flexibles y que, debido a su resistencia, no se deshilachan ni quiebran, aunque estén secos. Los que disponen de las tiras más apropiadas de barba de ballena eligen estas; de no ser así tendrán que recurrir a aquellas, que acondicionan cuidadosamente. Cerca del borde superior del trozo de corteza el hombre practica un pequeño agujero con una lezna de hueso terminada en punta e introduce la tira de fibra de madera, la pasa por encima del tronquillo, ajusta bien y prosigue luego con vueltas en espiral, que distan unos 13 cm. entre si hasta que queda sujeta en toda su longitud al borde de la corteza. Las varas constituyen una protección segura para dicho borde.

Antes de sujetar el largo trozo de corteza central a los bordes inferiores de las dos partes laterales, fija arriba alrededor de ocho varillas transversales. Para esto escoge las ramas del grosor de un pulgar del maytenus magellanica, cuya madera es muy resistente y dura. Le quita raspando la corteza y talla en cada extremo una especie de botón cúbico. Rodea el cuello algo más delgado con el hilo, atando cada extremo de la vara transversal al borde superior del trozo de corteza. Las varas transversales han sido rebajadas considerablemente cerca del extremo final; de esta manera el hilo puede asentarse bien, lo que impide que se deslice hacia ambos lados. La vara transversal del medio es naturalmente la más ancha, y las demás se van cortando a medida que se aproximan a la proa y a la popa. Mantienen las paredes de la canoa en su posición, firmemente distendidas. Ahora los dos bordes superiores de la canoa están fijos en su lugar.

Hasta ahora los dos trozos laterales dentro de la demarcación formada por las estacas hundidas en el suelo; el hombre los deja allí mientras inserta el piso, el tercer trozo más delgado de corteza. Por momentos vuelve boca abajo o pone de costado el cuerpo del bote con el fin de trabajar con mayor comodidad. Para que este trozo central quede firmemente adherido a las partes laterales, practica una entalladura en forma escalonada a lo largo de sus dos borden y le ajusta un pequeño canto saliente en el borde curvo en ambas partes laterales. Este trabajo de tallado muy preciso lo realiza con astillas filosas de valvas, lo que es fácil de realizar en el trozo correspondiente al piso debido a su grosor. Luego cose éste a las dos partes laterales utilizando las tiras de barba de ballena. Antes de ajustarlas firmemente, rellena las juntas por secciones con musgo, manojos de heno y finas algas rojas para volverlas lo más impermeables posible, y también con el propósito de evitar que se rompa el hilo leñoso. La mujer colabora con la tarea de calafatear la canoa, o bien la realiza sola, ya que tiene mayor habilidad para esto que el hombre.

De este modo queda terminada la construcción de la parte principal de la canoa. A continuación, se insertan en la proa y la popas sendas piezas terminales triangulares, llamadas lancinix o tumagai apai. A veces los indios se conforman con una sola en la proa, cuando la perfección de los trozos grandes de corteza les permite prescindir de la pieza correspondiente a la popa. Se me informó que la construcción de la canoa resulta más sólida cuando los tres grandes trozos de corteza no rematan en ambos extremos en puntas finas, sino que se cortan transversalmente; por ello es que las piezas terminales triangulares cortas, cosidas en la superficie de corte, al estar flojas impide que se raje o resquebraje la faja de la quilla. También estas dos lancinix se sujetan cosiéndolas con hilos. Además, se rodea la punta extrema con un hilo trenzado de marsippopermum grandiflorum, ajustándolo bien y anudando el cabo suelto a la última o penúltima varilla transversal. Así se evita que la punta fina se curve hacia afuera, a lo que tiende por humedecerse y secarse con frecuencia.

El tercio central del borde de la canoa, por ambos lados, es el que se encuentra más expuesto a sufrir daños, pues es por allí por donde se sube y baja, y donde se descarga la mayor parte de las cosas. Por consiguiente, se fabrica para mayor seguridad un tolete especial con trozos de corteza de un tronco de maytenus magellanica del grosor de un brazo. Se desprende la corteza y se parte en mitades iguales que se colocan de inmediato sobre el borde de la canoa, siempre entre dos varillas transversales. Ambos trozos se curvarán formando un semi-cilindro que queda adherido por sí solo, sin necesidad de sujetarlo. Este revestimiento de corteza tiene una ventaja más: por extenderse a lo largo del mismo espacio que ocupa la mujer que rema, la protege evitando que se lesionen los brazos, que a menudo se apoyan sobre el borde al remar y dirigir la embarcación.

Queda concluida de esta manera la construcción exterior del cuerpo de la canoa; solo necesitara algunos complementos que le den firmeza y solidez. A este propósito le servirán unas delgadas cuadernas o costillas de madera del grueso de un dedo, que los indios confeccionan con ramas drimys winteri o nothofagus partidas por el medio. El yamana cortará los dos extremos para formar una punta corta y doblará cada cuaderna formando un semi-circulo. Las dispone de acuerdo a la longitud y las encaja en el vientre de la canoa, de modo que queden fuertemente adheridas por ambos lados. Una costilla de madera sigue a otra a corta distancia; caben así cerca de cincuenta. Antes de fijarla definitivamente, se llenan los intersticios y huecos entre ellas y la mitad inferior de la pared de la canoa de musgo, algas y hierbas, pues esta estructura de paredes delgadas debe estar impermeabilizada. Las materias vegetales que se utilizan con este propósito llevan el nombre genérico de husun. Debajo de los extremos vueltos hacia arriba de estas cuadernas se introducen ramas de haya cortas de relleno, que les dan mayor firmeza y un asiento fijo. Lo que se desea es aprovechar su tensión, pues también ella refuerza y protege toda la pared de corteza.

La carga mayor recae sobre la parte central del suelo de la canoa. Como existe el peligro de romperla, la refuerzan por medio de algunas tiras de corteza levemente dobladas hacia arriba, que colocan sobre las cuadernas en sentido longitudinal, dejándolas flojas y sin sujetar. Las disponen en dos hileras. Es fácil correrlas hacia los costados para sacar de tanto en tanto el agua que se ha filtrado por la parte más profunda de la canoa, vale decir en el medio. Estos trozos se acomodan de tal forma que el lado áspero de la corteza esté en contacto con el suelo de la canoa, al que se acomodan bien. El peso de los ocupantes se distribuye así sobre una superficie amplia y elástica.

Los yamana, sin embargo, no se dan por satisfechos con esto, pues las tiras de corteza así dispuestas no proporcionan suficiente comodidad para el que está sentado ahí, ni permiten estar firmemente de pie. Por lo tanto, fabrican además un revestimiento especial en el medio de la canoa, colocando encima de los trozos recién mencionados varias tiras de corteza bastante largas, del ancho de una mano. El lado áspero de la corteza, previamente alisado, está vuelto hacia arriba; ello contribuye a que toda la tira quede plana sin alterarse. Primero cortan transversalmente los dos lados angostos y encajan estos luka doblados de modo que forman un semicírculo bajo el borde de la embarcación por ambos lados. Antes las midieron con gran precisión, de manera que se superponen de largo a largo a las cuadernas. Cubren los trozos más cortos en el suelo de la canoa. Colocan con gran exactitud una tira de luka junto a la otra; entre los dos trozos del medio dejan libre un pequeño resquicio para achicar el agua de infiltración. Arqueando y soltando luego repetidas veces estos luka y las cuadernas descritas arriba, les han dado la forma semicircular requerida, después de embeberlos en agua y calentarlos al fuego. Deberán cortar sus cuatro bordes con gran precisión para que una tira de corteza quede bien unida a la que tiene a su lado, pues solo así cumplirán la función de servir a los ocupantes de asiento lo más seco posible.

Ahora la canoa esta terminada. A un hombre laborioso le llevará dos a tres semanas concluirla, en caso de que pueda efectuar su tarea sin estorbos y encuentre las piezas requeridas en sus inmediaciones. Siempre trabaja a la sombra, pues los rayos del sol recalentarían y deformarían los trozos de corteza. Las medidas de esta embarcación dependen del número de miembros que integran la familia, pero nunca exceden los 5 m. de eslora; el ancho máximo de un borde a otro jamás excede 1 m.; la profundidad, en el centro, oscila alrededor de los 70 cm. Si comparamos la canoa de los yamanas con la de los halakwulup, seguramente no dejaremos de reparar en las diferencias en las medidas: la primera es notablemente más corta y estrecha, e incluso algo más chata que la última.

Sus accesorios

La familia fueguina pasa más de la mitad de los días de del año y la mayor parte de las horas del día en la canoa. Como se desplaza sin tregua de un campamento a otro, lleva consigo todas sus pertenencias, por pocas que ellas sean. El hombre no puede prescindir de sus armas y la mujer necesita tener algunas menudencias siempre a mano. No es este el lugar indicado para referirnos a todas ellas, aunque si habremos de mencionar las que son imprescindibles para completar el ánan.

Entre los objetos más necesarios se encuentran los remos. El hombre los fabrica para la mujer de madera de haya. De un tronco de unos 20 cm. de espesor, corta, con cuñas de hueso, un tablón que recorta y rebaja con fragmentos afilados de valvas. Para asirlas mejor y proteger la mano de las astillas de madera, emplea un paño de cuero a manera manopla. La recorta de la piel gruesa del león marino casi en forma trapezoidal y une las dos puntas de uno de los lados angostos mediante un hacecillo de tallos de junco. Por la abertura estrecha que se origina, se introducen los tres últimos dedos de la mano derecha; el paño de cuero recubrirá entonces todo el dorso de la mano y los dedos nombrados, de modo que estén suficientemente protegidos.

El respaldo y alisado es una tarea lenta y penosa. Particularmente difícil es marcar la separación entre la caña y la pala, ya que por lo general dejan la pala ancha y con aristas pronunciadas en el lugar de transición. En la mayoría de los remos que, sin excepción, carecen de un asidero especial, la transición de una a otra parte es suave y gradual; tienen, por así decirlo, forma de lanceta. La caña representa cerca de un tercio de la longitud total. Es digno de destacar que la pala del remo nunca sobresale de la caña con aristas agudas, sino que pasa poco a poco a aquella, rematando abajo en una punta redondeada mas angosta. La parte media de la pala es siempre más gruesa que los bordes e insinúa una costilla central totalmente plana. La longitud no es uniforme, sino que resulta del largo que acierte al tablón y oscila alrededor de los 150 cm; en su punto más ancho la pala mide unos 10 cm.; el hombre dará a la pala bien redondeada el grosor que su mujer desee.

Si durante el viaje en canoa una situación precaria o peligrosa obligase también al hombre a asir el remo, lo manejara de la misma manera que la mujer. Pero no posee remo propio.

El vocablo más frecuente con que se designan estos remos, llamadas pagayas en castellano, es áppi; también se los llama tstatega y tuswena. Toda familia lleva por lo menos dos remos en su embarcación.

Durante los viajes largos estos aborígenes no pueden prescindir de ningún modo del fuego, lo mantienen permanentemente encendido en la canoa. En medio del suelo de la canoa se encuentra un hogar dispuesto especialmente y se pone especial cuidado en que el fuego no atraviese la corteza sobre la que se asienta. Debajo de todo se colocan algunas piedras chatas yuxtapuestas sin resquicios entre ellas. Encima de esta capa se pone una mata de hierba bastante grande, de un mínimo de 7cm de espesor, con la raigambre y la grava hacia arriba. En su lugar puede extenderse una capa de valvas trituradas, mezcladas con grava y terrones de arcilla. De abajo asciende incesantemente humedad en abundancia proveniente del agua de infiltración, en virtud de lo cual esta gruesa capa no puede caldearse ni mucho menos quemarse el suelo de corteza. Como el aire tiene libre acceso por todos lados, no se producen llamaradas altas. Estas deberán evitarse a toda costa para no poner en peligro las paredes laterales. Basta una lumbre moderada sin llamas resplandecientes.

La leña suele guardarse en parte junto al fogón y en parte en la popa. Se apila ordenadamente para no ocupar más espacio del necesario. Los habitantes de la región occidental se ven obligados a llevar consigo grandes cantidades de leña; a los aborígenes orientales les basta una pequeña provisión que amontonan cerca del fogón. Dondequiera que desembarquen encuentran fácilmente madera seca arrojada a tierra con la que aquellos prácticamente no pueden contar. Para el viaje se elige cuidadosamente leña bien seca, pues la humedad genera humo, al que los ocupantes de la estrecha canoa apenas pueden sustraerse. Desde luego se deja en la orilla la madera de drimys winteri que genera un humo espeso y picante.

Son las muchachas las que se acurrucan cerca del fuego y lo atienden, siguiendo las indicaciones de sus madres. Su tarea consiste en llevar antes de salir de viaje hasta el fogón de la canoa un tizón del fuego de la choza y encender allí un fuego nuevo. Al desembarcar, otro tizón de la canoa les servirá para hacer el fuego en la choza recién levantada. Con meticuloso cuidado apagan todas las chispas de la lumbre en la canoa para que no corra ningún peligro.

Ni aun tratándose de la canoa más perfecta podrá evitarse que una cantidad mayor o menor de agua se filtre incesantemente entre las juntas. Se acumula cerca del fogón, en un lugar que se ha dejado abierto de intento en forma de ranura del ancho de una mano entre los trozos de corteza insertados. De aquí la sacan las muchachas con una especie de cubilete, que sirve específicamente a este fin. Está hecho de corteza o cuero de foca. Para ambos tipos se corta, en primer lugar, un trozo rectangular que se comba; en el caso del trozo de corteza, se hará siguiendo la dirección de las fibras longitudinales. Después de unir dos bordes rectos cosiéndolos con una tira de barba de ballena o algunos tallos de junco, se corta el fondo del cilindro dándole una forma adecuada y cosiéndolo a su vez al otro trozo. Frecuentemente se le aplica una pequeña manija de tallos de junco en el medio de la costura longitudinal. No hace falta poner particular cuidado en tapar las fisuras; es posible sacar pequeñas cantidades de agua cómodamente si se lo mueve con frecuencia y rapidez, lo que incluso divierte a las muchachas. El azar será el que determine el tamaño y diámetro de estos cubiletes; los hay de 12 cm. y también de 22 cm. de altura; la mayoría oscila entre estos dos tamaños. Los cubiletes de cuero son más durables que los de corteza de drimys winteri o maytenus magellanica, que son los más comunes; los de corteza, en cambio, son más manuables. En toda canoa se encuentran dispersos varios de estos cubiletes.

La ultima pieza del equipo completo, no siempre se encuentra presente, es la maroma hecha de tallos de junco trenzados. Se trata de un trenzado sencillo compuesto de tres madejas de, por lo menos, 160 cm. de largo. Ambos extremos terminan en un nudo que impide que se abran. Esta maroma siempre queda en la canoa, ya sea enrollada o hecha un ovillo. Se la utiliza en las orillas escarpadas, que no permiten llevar a tierra la embarcación. Se ata un extremo a la primera o segunda varilla transversal y se enrolla el otro alrededor de una piedra o un tronco de árbol. Únicamente en aguas muy tranquilas se ata la canoa a esta maroma, que no es muy resistente, para evitar que la arrastre el flujo y reflujo de las aguas; por ser livianas se adecua a este propósito mucho mejor que una pesada correa de cuero.

Los pocos objetos enumerados, vale decir los remos, el fogón, el cubilete y la maroma, son partes integrantes, o bien complementos esenciales de la embarcación. La mujer también dispone de ellos y se preocupa a tiempo de confeccionar las piezas de repuesto, para no encontrarse un día en apuros o en serio peligro.

Su rendimiento

La inquieta vida errante obliga a los yamana a llevar consigo, sin excepción, todos sus bienes materiales. Si bien no pertenecen necesariamente a la canoa, nadie puede separarse de ellos. Se distribuyen de tal modo que el hombre acomoda sus armas en la parte delantera, mientras que la mujer hace lo propio con todos los demás utensilios y canastillas, pieles y trozos de carne en la parte posterior. La parte central es ocupada por los niños, que no poseen nada, salvo el atavío insignificante que cubre sus cuerpos. La canoa en si es sumamente liviana, por lo que no se adecua al transporte de carga. Pese a que es difícil hacer una estimación exacta del peso de los objetos necesarios a los adultos, es evidente que no alcanza a mucho. A lo sumo será embarcado algún lobo marino de grandes dimensiones que haya cazado el hombre.

El número de personas al que puede dar cabida una canoa determinada, dependerá del peso de las mismas y de las condiciones climáticas del momento. Los yamana se aventuran en una bahía tranquila con un sobrepeso con el que nunca podrían navegar en un canal abierto. La pregunta acerca de cuantas personas caben en una canoa no puede responderse con una sola palabra; sea como fuere, ofrece espacio suficiente para los padres e hijos solteros de una familia. Son alrededor de seis o siete. Estas se ubican en las divisiones creadas por las varillas transversales. Aquí se acurrucan indefectiblemente sobre el suelo de la canoa y permanecen inmóviles en cuclillas, a excepción de la mujer que debe bogar. Quien se incorpora pone en peligro el inestable equilibrio. Los niños están sentados bien adentro, en la parte central, y hay veces que sus ojos ni siquiera alcanzan la altura del borde de la embarcación. Esto hace que precisamente ellos contribuyan, en gran medida, a la estabilidad de la liviana embarcación. El hombre se sitúa adelante, en tanto que el último tercio pertenece a la mujer. Si el mar esta inquieto hace falta, como mínimo, la carga de dos adultos; no conocen un lastre propiamente dicho.

Más de una vez se indicó que, debido a su estructura liviana y escasa carga, la canoa de corteza de los yamana se mantiene en equilibrio inestable en el agua. Por ello mismo todos sus ocupantes evitan efectuar movimientos corporales bruscos y el remar propiamente dicho está fuera de lugar. Los indios poseen una considerable dosis de autodominio, e incluso los niños pueden permanecer casi inmóviles en el mismo lugar durante horas enteras, para evitar que la embarcación se balancee. Al contemplar las canoas de corteza en Bahía Nassau recuerdan a las góndolas venecianas, y la hermosa comparación que uso Goigueta refiriéndose a la embarcación de los halakwulup también vale para la de estos habitantes fueguinos: efectivamente, se nos aparece como “luna de cuatro días, con unas puntas elevadas”, deslizándose inmóvil sobre la superficie de las aguas.

El europeo experimenta una sensación extraña cuando viaja en ella. Respondiendo a mi pedido, Fred Lawrence hizo que el viejo Pedro construyera una canoa de corteza de un largo máximo de 410 cm. y un ancho máximo de 103 cm. para el Museo de Etnología y Antropología de Santiago de Chile; me hizo entrega de ella a principios de 1920. A la espera de ser desembarcada, la valiosa pieza estuvo guardada en una bahía bien protegida cerca de Punta Remolino, para evitar que se rajara y resquebrajara. Aprovechando la oportunidad, realicé en el a varios viajes en compañía de los indios. Esta canoa es por cierto la última de su tipo que hayan construido las diestras manos de un fueguino. A primera vista causa extrañeza que solo una pequeña parte de la quilla se encuentre en el agua. El primero en poner pie en ella debe hacerlo en la línea media, si no la embarcación se inclinará casi por completo. Por más corto que sea el paso que hagamos dentro, quedara desplazado el centro de gravedad, lo que origina fuertes balanceos en sentido proa-popa. Toda otra persona que se embarque alterará considerablemente el equilibrio inestable de la embarcación. Si esto produce en el ocupante poco acostumbrado una sensación desagradable de inseguridad que le corre por todo el cuerpo, ésta se repetirá con mayor o menor intensidad durante el viaje, sea por un pequeño cambio en la corriente, por un embate más o menos pronunciado de las olas, o bien por los golpes del viento que encuentran en la canoa que sobresale marcadamente una amplia superficie de ataque.

Todas las mujeres poseen sorprendente destreza en el bogar. Logran evitar que la embarcación avance con una sacudida con cada golpe de remo y que la leve línea en zigzag de la dirección de marcha se marque agudamente. No obstante, todo el que viaja podrá percibir esta peculiaridad del movimiento. A la larga ello influirá cada vez más en la sensibilidad del europeo; le invade una sensación de malestar y en ese estado de inseguridad agudizada ansia el momento en que volverá a sentar pie en tierra firme. Por más que no dejara de repetirme que mis acompañantes indios eran de fiar, cada viaje en la canoa de corteza me resultaba inquietante; cuanto más duraba, tanto más me sensibilizaba ante la menor oscilación del equilibrio y terminaba nervioso e irritado. Los indios, naturalmente, están muy acostumbrados a experimentar estas sensaciones; y aunque la costumbre no los haya vuelto insensible, prevalece la conciencia de su propio acierto y el arrojo que han puesto a prueba tantas veces.

Ello origina en algunos, una confianza ciega en sí mismos que proviene de la sobrevaloración de la propia capacidad y de la apreciación de su conocimiento de las condiciones climáticas imperantes. Así es que más de una canoa zozobra, aunque esto se deba preponderadamente a la imprevisible variabilidad del tiempo de aquellas latitudes. No es raro que una familia se vea atrapada por ráfagas de viento en un canal ancho o amenazada por una marejada que nada hacía sospechar. Como la canoa se mueve lentamente, todo esfuerzo humano está sujeto a la supremacía de las fuerzas naturales. Más de una desgracia perdura hasta el día de hoy en la memoria de los yamana; asimismo, aluden a ellas los informes misioneros y europeos. Generalmente el exceso de confianza origina la tragedia. Es cierto que últimamente los indios pierden la vida por imprudencia cundo se aventuran sobre las traicioneras olas en estado de total ebriedad, cuando ya no son dueños de sí.

La gran confianza de esta gente pone en su propia idoneidad, los lleva a realizar viajes muy largos en su frágil embarcación. Es verdad que por regla general se mantienen dentro de los estrechos límites de su patria natal, que pertenece a cada uno de los grupos dialectales. Pero hay ocasiones particulares, casi siempre la caza de un gran oso marino y la persecución de una ballena enferma y cansada de vivir les hacen olvidar, en su empeño, cuán lejos dejan la costa tras de sí. Es un hecho comprobado que algunas familias visitaron la Isla Ildefonso, y se dice que otras se aventuraron hasta las islas Diego Ramírez. El conocimiento exacto del lugar y un don magnifico de orientación los guían en sus viajes.

Poco después de habilitarse la estación misionera de Ushuaia, diversas canoas acudieron desde gran distancia, incluyendo las de los halakwulup. Los habitantes fueguinos pueden realizar estos viajes sorprendentemente largos por el hecho de que dondequiera que desembarquen, podrán proveerse de lo que necesitan para el sustento: la carne de los animales más variados, la leña para el fuego, que les es tan imprescindible, y los trozos de cuero para protegen sus cuerpos.

Hace falta una audacia sin límites para emprender viaje a las regiones remotas en una embarcación tan frágil y totalmente desprotegida, en un mar de oleaje traicionero. Todo el estilo de construcción de esta canoa refleja su resistencia de duración limitada. Por más que la mujer se esfuerce escrupulosamente en protegerla, tarde o temprano la corteza inevitablemente se resquebrajará y hendirá; ya sea por el recalentamiento desparejo de sus diversas partes por el sol, por los inevitables golpes, por el hecho de arrastrarla de aquí para allá sobre la orilla donde se la resguarda, y, en último término, por la variada carga que experimentan cuando suben y bajan de ella. Aunque la corteza es flexible y se dobla, esto hace perder cohesión a las fibras más finas, lo que con el tiempo lleva a perceptibles hendiduras.

Si una canoa se salva de un accidente serio, y de todo perjuicio fuera de lo común, puede servir a una familia que la cuida con esmero hasta un año o un poco más. Esto me lo aseguraron mis amigos indios y fuentes europeas autorizadas. En relatos anteriores se mencionan cifras mas bajas. Hyades escribe: “En general se supone que una buena piragua no sirve más de medio año”, pese a todo el cuidado que el hombre y la mujer bogan conjuntamente en su conservación.

La ambigüedad que se percibe entre los observadores europeos con referencia a este asunto, podría haberse suscitado a consecuencia de que algunos hombres construyen su canoa tanto en primavera como en otoño. Pues el que considere que la embarcación que construyó en primavera difícilmente le dure a lo largo de todo el invierno, se esfuerza a tiempo, vale decir en otoño, para construirse una nueva. No pone gran empeño en esta última, ya que en otoño la corteza no se adecua tan bien para la construcción y en primavera, de cualquier modo, deberá construir una mejor.

Con el curso de los años, todos los hombres adquieren cierta pericia en esta tarea. Pero este hecho no hará desistir a ningún adulto de dedicar a la canoa el cuidado más atento y de protegerla al máximo. Si llegara a perderla en el transcurso del año se encontraría, junto a su familia, en graves dificultades y a veces en peligro de pasar hambre. Particularmente perjudiciales son los golpes violentos contra rocas y troncos, porque los trozos de corteza se quiebran o hienden; el roce con los guijarros y la arena no tarda en desgastar el suelo de la canoa y los hilos de juntura. Es por ello que con frecuencia se deja la embarcación en canal abierto, una vez que la mujer ha llevado a la familia hasta la costa. Si la orilla asciende suavemente, permitirá que se coloque una especie de deslizadero hecho de algas macrocistys húmedas, sobre el que se arrastra la canoa que luego se deja reposar allí mismo. Al entrar en la canoa se afirmará el pie con cuidado, evitándose toda sacudida y movimiento brusco, pues las junturas revientan fácilmente y los hilos de juntura se vuelven más quebradizos cuanto más viejos son. Al cargar y descargar, todo objeto de ciertas dimensiones será tratado con delicadeza y cuidado.

Pese a que el hombre fabrica la canoa casi solo, no la considera de su propiedad: la mujer la atiende y cuida. El hombre se la entrega y, en realidad, le pertenece a ella y, respectivamente, a toda la familia. A cargo de la mujer están todos los cuidados durante el viaje, como también antes y después. Rema ella sola. Acurrucada en el último tercio de la embarcación, pegada al costado derecho, sostiene el remo con ambas manos, la izquierda sobre la derecha e introduce el remo en el agua diagonalmente hacia atrás con un leve movimiento en forma de una “ese”. De este modo la canoa recibe un impulso hacia adelante y a la vez una dirección determinada. La acción de bogar se le hace más difícil a la mujer por no poder afirmar los pies en ningún lado y por carecer de un asiento propio. Tampoco apoya los brazos sobre el borde de la embarcación, sino que los mantiene en el aire. Esto explica la desacostumbrada robustez de su torso y de sus brazos. Por regla general boga sola. Si necesita de la ayuda de otros por el fuerte oleaje o porque es necesario avanzar de prisa, invitará a otra mujer o a su hija a que eche mano del remo, y ésta bogará del lado izquierdo del bote. La práctica cotidiana enseña a toda mujer a manejar el remo con habilidad. También es ella quien dispone como la canoa habrá de ser cargada, descargada y como debe ser distribuida la carga, que lugar habrá de ocupar cada niño, quien habrá de sacar el agua que se filtra y quien se ocupará del fuego.

Si sumamos todos los derechos y obligaciones que le corresponden, ella parecería la dueña absoluta de la canoa; el esposo no podría arrogarse el derecho de disputarle ese lugar de privilegio en el agua ni cuestionar sus decisiones. Estando en la orilla ambos se ponen de acuerdo sobre la dirección que habrá de tomarse; en el curso del viaje el hombre expresará sus deseos particulares en caso de aproximarse un animal de caza, pero la conducción y atención del bote en su totalidad están exclusivamente en manos de la mujer. Si llega a hacer falta, ella lo invitará también a él a dejar su puesto en la proa y colocarse junto a ella para ayudarle a remar. Toda embarcación lleva consigo un mínimo de dos remos. Ella pondrá manos a la obra cuando se haga necesario algún arreglo, a menos que sea necesario realizar trabajos de alguna envergadura, tales como la inserción de una pieza lateral; estos trabajos entran dentro del ámbito de tares del hombre. Su preocupación constante es la renovación de las juntas, pues con la constante humedad no tardan en pudrirse el musgo y el pasto, los juncos y las algas.

Tanto el hombre como la mujer tiene una participación especifica en la embarcación: él la construye, ella la mantiene. Por obra de las circunstancias cada familia posee una sola canoa, que por eso mismo deberá cuidarse tanto más. Una pieza no es exactamente igual a otra, por más que el modelo sea el mismo; las materias primas accesibles determinan las diferencias de tamaño, y también la destreza varía mucho de uno a otro hombre. El término waalina designa a un hombre que difícilmente estaría en condiciones de fabricar una canoa. Los hombres se ayudan mutuamente en la construcción y uno retribuye al otro su servicio con armas u otros objetos de valor. Ningún yamana se entregaría a la producción artesanal, en cambio trabaja para un pariente cercano que está enfermo o desvalido. Como se deduce de lo dicho, para estos fueguinos la canoa es un objeto de importancia vital y absolutamente imprescindible.

Piragua monóxila y canoa de madera

Con las herramientas que los yamana poseían antes de familiarizarse con las de hierro europeas, les era imposible construir una embarcación que no fuera la canoa de corteza mencionada. No hace más de cincuenta años que algunos hombres fabrican en su lugar la verdadera piragua monóxila. Luego se pasó a la canoa de madera.

  1. La piragua monóxila: seguramente los yamana vieron esta embarcación por primera vez en posesión de los halakwulup vecinos. Estos la habían adoptado mucho antes y en ocasiones habían aparecido con ella en la comarca de los yamana. Los halakwulup habían recibido el hacha de hierro mucho antes de mano de los blancos, y esta era la única herramienta que les permitía ahuecar adecuadamente un tronco de árbol. No es difícil documentar históricamente la introducción de este nuevo elemento entre los habitantes fueguinos mas meridionales. A principios de julio de 1876, Bridges se hallaba en la isla Smoke, en el Seno Ladrones, exactamente al norte de isla Stewart. Los grupos yamana centrales y orientales efectivamente estiman que los habitantes del extremo occidental son asesinos y antropófagos, a lo que aludiremos más abajo en detalle. El 25de julio de 1876 hallo Bridges una pieza de este tipo que se encontraba fuera de uso en el bosque. Solo dos años más tarde, el 2 de febrero de 1878, Bridges vio por primera vez en Yendegais la primera piragua monóxila ocupada a pleno. Siguiendo este modelo, diversos yamanas de la zona central reemplazaron si antiquísima canoa de corteza.

En los años que siguieron, esta nueva forma desplazó casi totalmente la embarcación de corteza en todas las regiones donde habitan los fueguinos. Dabbene debió admitirlo: “Hoy ya no se fabrican más de estas clases de embarcaciones de corteza y las que usan actualmente los yaganes están cavadas en un tronco de árbol”.

Es cierto que durante unos veinte años la piragua monóxila dominó por entero, en tanto que la canoa de corteza desaparecería paulatinamente. Luego apareció la canoa de madera que hoy en día posee toda la familia.

No hay mucho que decir en relación con la fabricación y forma de la piragua monóxila. Para confeccionarla hacia falta un tronco de árbol en buen estado que casi siempre proporcionaba el nothofagus betuloides. Debía ser totalmente liso, recto y de altura tal que después de trabajado diera el largo medio de la canoa de corteza. Era cerca de un tercio más estrecho que aquella por grueso que hubiera sido el tronco escogido. A golpes de hacha se derribaba el árbol y se separaba la parte superior con la copa. Luego se desramaba el tronco. Una vez descortezado, se quitaba al tronco algo de su redondez, cuyos dos cantos servirían luego de borde de la embarcación. Comenzaba entonces el ahuecamiento que se continuaba hasta que las paredes habían quedado reducidas a un grosor de 3 a 5 cm. La superficie exterior conservaba su redondez natural y únicamente la proa era cortada en punta roma. El trabajo se veía aligerado en grado sumo si la parte posterior no remataba transversalmente. En cambio, se clavaba una tablilla en forma de U, siendo preciso tapar las fisuras cuidadosamente.

En ocasiones, se procedía a quemar el tronco aun erecto desde abajo, cuidando empero la acción del fuego para impedir que el futuro casco se agujereara. Este procedimiento era aconsejable cuando los tejidos interiores del tronco estaban en su mayor parte podridos sin que una gruesa capa de fibras leñosas debajo de la corteza hubiera sufrido el menor perjuicio. Tal fenómeno se encuentra con frecuencia en los hayales antárticos.

El cuerpo del bote, de paredes delgadas, se amplía arriba del lado largo abierto de la siguiente manera: sobre el suelo se esparcía en forma longitudinal una gruesa capa de arena de unos 20 cm. de ancho como protección, en tanto que se untaban los costados con una gruesa capa de aceite de pescado. Encima de la capa de arena se colocaban carbones de leña encendidos distribuidos en forma regular. El gran calor se transmitía a las paredes volviéndolas algo flexibles. Esto también explica que las piraguas monóxilas parezcan quemadas y parcialmente carbonizadas. Por medio de varillas transversales cortas que se ajustaban a presión entre ambas paredes laterales, se lograba separarlas un tanto, ensanchando definitivamente la parte superior. Una vez que el tronco había sido ahuecado hasta la popa, no necesitaba de otros complementos y podía utilizarse de inmediato. Los ocupantes debían contentarse con un fuego pequeño que durante el viaje mantenían vivo en una lata cuadrada.

Fuerza es decir que comparada con la canoa de corteza, que durante siglos sirvió a los yamana como único medio de transporte, la moderna piragua monóxila ponía de relieve considerables desventajas. Zozobraba con mayor rapidez, pues no era flexible ni cedía en modo alguno y porque era, por lo menos, un cuarto menos profunda que aquella. Había que añadir aun que era sumamente trabajosa desplazarla por tierra. Cierto es que también se disponía de una especie de rampa de algas frescas para subirla a tierra o bajarla al agua; no obstante, era necesario que todos los miembros de la familia hicieran el máximo uso de sus fuerzas para moverla. La madera de la haya antártica es pesada. Finalmente, casi nunca se lograba anclar la piragua monóxila en un canal abierto si la costa rocosa no permitía que se la subiera a tierra. Era demasiado pesada y lisa para dejarse enredar en una maraña flotante de macrocystis; las maromas de haces de junco no son suficientemente sólidas para mantenerla sujeta junto a la costa. En caso de poder dejarla fuera, había que contar con que casi siempre se daba vuelta y volver a enderezarla significaba un gran esfuerzo para la mujer y tardaba un buen rato en sacar el agua de su interior.

Últimamente los indios comenzaron a emplear un recurso ventajoso, que consistía en elevar un tanto el borde de la piragua monóxila por medio de un listón que clavaban o cosían. Ello le proporcionaba mayor seguridad durante el viaje, pero a la vez significaba un aumento considerable de peso.

Es indiscutible que la piragua monóxila es más resistente, pero esta única ventaja se ve contrarrestada por considerables desventajas. De ahí que no sorprenda el hecho de que, después de algunos ensayos, las familias de entonces dejaran de usar este tipo de embarcación recientemente introducido. Hoy en día aún es posible encontrar una u otra piragua monóxila que se emplea para viajes breves, pero hace tres décadas no se construye una pieza nueva de estas características.

De regreso de mi segundo viaje, lleve al Museo de Santiago una piragua monóxila que durante años permaneció intacta en el bosque junto a la desembocadura del rio Douglas. Todo el que, como el viejo Pedro, posee su piragua monóxila la emplea mientras sea utilizable; los hombres de edad mediana hace tiempo ya que echaron mano de la canoa de madera. En un lapso cercano a los cuarenta años surgió y volvió a desaparecer la piragua monóxila entre los yamana.

  1. La canoa de madera: desde que los europeos pusieron en funcionamiento aserraderos de diversas dimensiones junto al canal de Beagle, no les resultó difícil a los aborígenes conseguir buenos tablones de variado espesor. También se les proporcionan los clavos y flejes de hierro; en cuanto a las herramientas, las piden prestadas si no las poseen. No les falta destreza para construirse una canoa chata y corta. Por la misma razón de que es chata y corta, deberá ser ancha. Cortan en curvas el borde de la embarcación de modo que quede una proa sensiblemente elevada con una quilla aguda inclinada hacia atrás. El producto de su trabajo no tiene ventaja con respecto a ningún producto europeo, salvo la lata que se coloca en el centro para el fuego. En la parte anterior clavan al suelo de la canoa una traviesa angosta que tiene un pequeño agujero en el medio donde se coloca una verga corta. En caso de levantarse viento de atrás, izan un trozo de arpillera, los restos de alguna falda de mujer o algún otro harapo que haga las veces de vela, cuyas puntas anudan al borde del bote mediante dos o tres cuerdas finas. A veces se contentan con tender el trapo entre dos varillas y sostenerlas en alto hasta que se les cansan los brazos.

Ya no hay rastros de arte autóctono en esa canoa de madera. Solo los europeos pusieron a los últimos sobrevivientes del pueblo yamana en condiciones de fabricar la canoa aquí descrita, que presenta diversas ventajas si se la compara con la canoa de corteza originaria. La canoa de madera permite el empleo de una vela de cualquier tipo, lo que no es posible tratándose de la frágil estructura de la canoa de corteza. Junto con la nueva embarcación, los yamana también adoptar los remos largos que, por su forma, no son adecuados para el bogar propiamente dicho.

Todas las fuentes históricas asequibles, empezando por los primeros apuntes del comandante de la flotilla L`Hermite, confirman sin reservas que la canoa de corteza fue, hasta hace pocas décadas, el único medio de transporte de los yamana y siempre se construía exactamente de la misma manera. Ya describimos en detalle sus ventajas y su rendimiento. Todo observador atento admitirá que ni la piragua monóxila ni la canoa de corteza están a la altura de la correcta hechura y forma funcional de la canoa de corteza.