NAUFRAGIO DE LA GOLETA ESPORA

DE DON LUIS PIEDRA BUENA

Durante muchos años todo el mundo se preguntó donde pudo haber sido ese famoso naufragio. El lugar era en Isla de los Estados, en la «bahía de las nutrias», según terminología usada por Don Luis Piedra Buena en su diario. El problema es que no aparecía nada en concreto y si aparecía ¿cómo poder aseverar que era ese?.

Lo cierto es que algunos historiadores como Braun Menendez y Rato ubicaban el hecho en isla Observatorio, otros en bahía Crossley, puerto Hoppner, bahía Flinders y un largo etcétera.

Personalmente me inclinaba por bahía Crossley, pero si bien había muchos restos sueltos de naufragios no había uno en particular que nos indicara que se tratara de la goleta Espora.

Sí había restos de lo que pudo ser un refugio o casa, o la famosa fábrica como la llamaba él. En ese lugar acumulaba los cueros de lobo que cazaba del lado Sur de la isla y luego de prepararlos los llevaba a Punta Arenas para comercializarlo.

De cualquier forma no se podía estar seguro. Cuando en Abril del 97 pasamos por bahía Franklin con el velero «Callas», de Jorge Trabuchi (con bandera del Explorer Club), encontramos en la desembocadura de un río, el esqueleto de una embarcación que, según pude medir, no pasaba los 8 metros. Pero se trataba de algo antiguo. Como la marea no estaba baja no pudimos ver ni la quilla, ni el codaste, ni tampoco el verdadero tamaño de las cuadernas en los curvones, ni las largas tablas, semi enterradas en la arena, que encontramos en noviembre del 98.

A simple vista mas se parecía al tamaño del cúter (11 metros) y no de la goleta. Para mí podía ser una «lancha chilota» o pesquero similar. Nadie podía sospechar que se tratara de la goleta «Espora» salvo pura imaginación. No había indicios visibles en dicho naufragio que pudiera indicar de que se trataba. Pero de cualquier forma quedaba la posibilidad y además daba la sensación que podía ser..

El lugar se acercaba mucho a la descripción de Don Luis pero no teníamos otros elementos. Comenzó a gustarme la idea, que en ese momento comentáramos con Daniel Kuntschik, Dario Urruty y Jimenez Hutton, sobre que ese era un lugar propicio para un naufragio. Pero había que encontrar algo más contundente que un simple presentimiento y unas cuantas maderas que en definitiva nunca nos podrían decir a que barco pertenecieron. En lo personal me seguía gustando bahía Crossley y luego de regresar un par de veces la descarté definitivamente.

Tuve la suerte, gracias a la Base Naval de Ushuaia, de volver a diferentes partes de la isla y recorriendo otros lugares empezó a crecer la sospecha. Mucho más cuando escuché la versión de Carlos Dipilato que pasó por bahía Franklin a comienzos del 98 y me dio una idea del tamaño. También la del Teniente de Navío José Urrutia que se refería a esas maderas como el «Espora», desde la época que iban con las lanchas rápidas. Pero seguían siendo sospechas sin elementos concretos.

Fue en esos meses que, de regreso a puerto Cook, encontré que si se tomaba el diario de Don Luis y los relatos de viajeros en sus versiones originales, era posible encontrar muchas cosas. Como ser el establecimiento de Luis Vernet, mientras fue Gobernador de las islas Malvinas, en bahía Año Nuevo; el famoso lago de los amotinados en 1902 y oh sorpresa, herramientas,  municiónes … escondidas en … (reservo el lugar porque el saqueo va a ser inevitable).

La expedición

El mayor problema era el tiempo que nos podría llevar la investigación en el lugar. Así es que comenzamos a preparar una expedición nada convencional: nos debían desembarcar en el lugar y pasados unos 7 días tenían que comenzar los intentos de evacuación. Una tarea nada fácil: la bahía está totalmente expuesta al Sudoeste y no es nada conveniente quedarse fondeado en el lugar. El mar entra con todo y tanto se trate de un velero como de un buque, el lugar es muy peligroso. Había que descontar la posibilidad de ir con un velero y usarlo como base. Teníamos que llegar y hacer un campamento.

Transmitida la inquietud al Área Naval Austral, el Contraalmirante Don Hector J. Alvarez estudió el tema y nos brindó todo el apoyo. Se trataba de una expedición con muchas pretensiones. Además del trabajo de relevamiento de la bahía nos acompañaban el Dr. Adrián Schiavini (biólogo) y la «Princesa» Silvia Gigli de Recursos Naturales (bióloga) que iban a estudiar unas colonias de pingüinos de penacho amarillo de los cuales se sabía poco y nada.

Como sabemos todo lo de Don Piedra Buena está muy ligado a los lobos de mar y a los pingüinos. Recordemos que esa actividad (lobero) era la que venía realizando desde que comenzó a navegar.

A la partida se sumaron dos camarógrafos del programa Caminos Patagónicos (Enrique Porreti y Walter Ibañez) y un botánico, Fernando Biganzoli, enviado por el Instituto Darwiniano, con la intención de juntar una colección de plantas para armar una sala en el Museo Marítimo. También nos acompañó Luis Mack que es colaborador del Museo.

Así fue como con el aviso A.R.A. Gurruchaga, comandado por Gustavo Castillo, el 21 de noviembre dejamos por popa la bahía de Ushuaia. El Segundo Comandante, José Miguel Urrutia, puso todo su empeño para que las distintas misiones del grupo pudieran ser cumplidas y eso enseguida se vio reflejado en todos los oficiales y resto del personal del buque.

Bahía Franklin

Fondeamos en la bahía el 22 a las 9 a.m. con un fuerte viento del Noroeste. Con vientos de ese sector la bahía exterior es muy protegida y casi no hay rompiente en la playa para desembarcar. Así es que con dos botes de goma y en dos viajes pusimos todo en tierra sin mojaduras.

El día era perfecto: sol, viento Norte y temperatura solo un poco fresca. Buscamos un lugar para armar las carpas y encontramos una hondonada con vegetación justo donde termina la arena a unos 300 metros de donde desembarcamos.

Al poco rato de llegar el viento del Noroeste pasó a fuerza de temporal y pudimos comprobar que si bien la boca de la bahía mira al Sudoeste este viento ingresa con una fuerza tremenda. Es que golpea contra el cerro que cierra la bahía por el lado Sur y el viento se encajona con una fuerza inusitada (efecto Venturi) recorriéndola hacia el Este donde se divide en 2 cañadones y se descomprime.

Esta fue la primer explicación de porqué con viento Norte Luis Piedra Buena tuvo que salir, es decir que lo sacó afuera. Pero ese día iba a estar lleno de sorpresas: mientras nos preparamos para almorzar algo, Adrián se internó en el bosque y regresó con una botella que en una primera inspección nos pareció por lo menos del 1800 y que podría tratarse de un envase de ginebra o gin. (Datos ya corroborados, se trata de gin y se vendía a fines del siglo XIX en casi todos los puertos; recordemos que Don Luis siempre llevaba algo de alcohol para mitigar el frío. La botella en sí tiene la marca de la fábrica y tanto el culote como la boquilla son soldados, es decir, una típica botella de 3 piezas).

Un refugio y un astillero. El hallazgo.

Un simple vistazo nos dio la pauta que se trataba de un refugio construido por lo menos hace más de 100 años. Este involuntario hallazgo quedaba para ser inspeccionado más adelante. Pero lo bueno de esto era que iban apareciendo cosas que tenían relación con lo escrito por Piedra Buena en su diario. (todo fue corroborado por análisis de madera y metales, publicado en Naufragios en el Cabo de Hornos  de Carlos Pedro Vairo).

El aspecto físico del lugar coincidía totalmente. Comprobamos que un viento norte podía terminar en un naufragio y por otra parte encontramos un refugio como el que comenta en su diario a unos 100 metros de los restos de la embarcación.

Una vez que inspeccionamos el refugio encontramos muchos elementos de barcos, desde cáncamos como porta espías y tensores. Además de caños y chapa acanalada para el techo que son iguales, y de la misma procedencia, a las que utilizó para el techo del refugio que levantó en puerto Cook (en realidad puerto Vancouver). Ese famoso refugio que anunciaba en un letrero que puso en el Cabo de Hornos: «En Puerto Cook se socorren a los náufragos«.

También hallamos chapa de zinc del fondo del barco (forro externo usado para protección contra el teredo). Después una serie de elementos diversos y un fogón en un costado del refugio que contenía huesos de lobo marino y otros más pequeños no identificados.

Evidentemente Don Luis eligió quedarse en el bosque al lado de un chorrillo de agua. Excavó en la pendiente formando una superficie plana y horizontal con unos troncos donde apoyaban las chapas. Tal cual como relata en su diario un costado debe haber sido de lona (es de imaginar que encerado marino) dado que encontramos, al igual de lo sucedido en el faro de San Juan de Salvamento, un madero con muchos clavos y restos de tela.

Después pudimos comprobar que dentro del bosque prácticamente no se siente el viento. Para mejor nos tocó estar durante los famosos días de temporal de fines de noviembre del 98 que según supimos después Tierra del Fuego estaba en estado de emergencia azotada por vientos que llegaron a los 180 km/h con granizo, lluvia, agua nieve y todo lo peor posible.

Esto nos permitió sufrir en carne propia la inclemencia del lugar y observar hasta donde podía llegar la pleamar y con que fuerza rompían las olas. Gracias a ello pudimos encontrar dos sitios posibles para el astillero donde Don Luis y sus hombres construyeron el cúter «Luisito».

Estos lugares muy cercanos al refugio están en una zona plana de la playa donde pudimos comprobar que con el más violento temporal del Sudoeste y la pleamar más alta no llega el agua de mar. Uno tiene unos 80 metros de largo por 40 de ancho totalmente aprovechables y el más cercano a la rompiente unos 28 mts. de largo por 15 de ancho. En este sitio encontramos, semi enterrada en la arena, muchos trozos de tablas aserradas.

Existe una tercera posibilidad, ya justo frente a los restos del naufragio, que tiene 45 metros de largo y entre 10 a 15 metros de ancho. Debemos aclarar que «la goleta» está a unos 20 metros de la actual rompiente aún con el temporal que ya comentáramos. Por otra parte nos quedamos duros con el próximo hallazgo.

Bosque de curvones y de leña: refugio de cabras.

Subiendo el cerro desde el refugio encontramos un «pisadero de cabras» ; se trata de un lugar donde las cabras salvajes se reúnen para pasar la noche, una especie de corral abierto. En realidad encontramos varios de estos lugares y en  los días que deambulamos recorriendo la zona vimos muchos grupos de cabras. Algunos eran de 6 o 9 animales pero también los había de 20 y hasta uno de unos 40 animales. Estaban los machos con grandes cornamentas y larga chiva. Las hembras iban seguidas de cabritos de uno o dos años que eran una tentación para mandar a la olla.

Estas cabras nos hacían recordar nuevamente a Don Luis: él las introdujo cuando vino a la isla. En su diario podemos leer que en cada viaje traía cabras vivas que largaba o dejaba a cuidado de alguno de sus hombres. Es así como ahora andan deambulando por el sector occidental de la isla. No han pasado al sector oriental y es muy probable que eso haya sucedido por los altos cerros que hay en el centro de la isla, cerca de puerto Parry.

Hay muchos que opinan que habría que matar o sacar todas las cabras de la isla porque al ser introducida cambia el lugar donde vive. Pero lo interesante es como se adaptaron y aclimataron al lugar; tal vez la solución sería llevar un grupo a otro lado ya que están totalmente adaptadas.

Sucede lo mismo con los ciervos. En 1973 Parques Nacionales tuvo la idea de llevar un grupo de 8 ciervos colorados que habían sido aclimatados en Ushuaia. De este grupo, que se pensaba que no habían prosperado, ahora se pueden encontrar varios grupos; nosotros hemos contado unos 40 animales. Lo insólito es que aparecen en cualquier parte y no es raro verlos en las pingüineras.

Es por la ladera del cerro y a unos 100 metros del refugio de Don Luis donde nos llevamos una sorpresa mayúscula: un bosque de árboles retorcidos pero de tronco grueso, es decir plantas de unos 80 años o más. Cada ejemplar tenía por lo menos un curvón y de algunos era posible obtener 3 o 4 ángulos diferentes. No solo encontramos estos árboles sino que estaban los tocones de aquellos que fueron volteados por los hombres de don Luis. En su diario los comentarios sobre los curvones que mandaba a cortar del bosque son varios y esto muestra a las claras que no tenía intención de desguazar su querida goleta; es más, trató constantemente de reflotarla y solo se dio por vencido cuando ya estaban por terminar el «Luisito» y un temporal rompió el forro de una banda. Fue cuando el varamiento se convirtió en naufragio.

En pocas palabras se trataba de un paraíso de «curvones» y cualquiera que conoce de construcción en madera sabe que no existe mayor dificultad que conseguir estas piezas con curva natural que se pueda adecuar al tipo de embarcación que se desea construir.

El rompecabezas va tomando forma.

Más hacia la punta de la bahía encontramos el bosque de leña también con los tocones de los árboles derribados. Este bosque era el que usaba para mantener al «tacho» de los pingüinos en actividad (derritiendo grasa). Es interesante ver como los bosques se van renovando por franjas y los arboles que caen por el viento ya han permitido que un renoval llegue a árbol gracias a su protección del viento. Estos bosques son excelentes para leña y en bahía Franklin se los puede encontrar de los dos lados.

Subiendo el cerro Monte Guerrero (307 mts.), que él mencionaba como una tarea muy «penosa», bajamos hacia punta Frola para ir a la pingüinera. Èl enviaba sus hombres con un bote. Es realmente lo correcto porque ir caminando empleábamos unas 2 horas y quedábamos demolidos; en cambio con un bote no se puede tardar mas de 15 o 20 minutos.

Estas pingüineras de la especie conocida comúnmente con el nombre de «penacho amarillo» llegan a una altura de 250 metros sobre el nivel del mar. La vegetación es de pasto «tussock» como hay en las islas Malvinas. Hasta este descubrimiento se pensaba que esas colonias eran las más grandes pero según lo que vimos la colonia de Isla de los Estados puede ser tan grande o más que aquella de las Malvinas. En pocas palabras mucho trabajo para Adrián Schiavini y Silvia Gigli.

Así es como comentaba don Luis en su diario «ya están las aves listas»; en el mes de Marzo todavía estaban los adultos y los nacidos ese año ya tenían un tamaño interesante para que vayan a parar a la olla de aceite. (Del diario 22/02 «… encontramos lo que yo esperaba, los pájaros en tierra. Con esos millones de animales se podría hacer gran cosa …«)

Según el diario de a bordo del teniente Darío Saráchaga, comandante del cúter Bahía Blanca, de la Expedición que comandaba Don Augusto Lasserre en 1884, en esta bahía recolectó 1.000 huevos de pingüino Rey y 100 cueros de lobo. Nosotros no encontramos ni pingüinos Rey ni lobos marinos, evidentemente la explotación de los loberos fue tal que, a pesar de la prohibición de caza, todavía la isla no se repobló.

Cadena y ancla.

A esta altura de los acontecimientos nos dimos cuenta que todo el relato del ilustre navegante coincidían perfectamente con el lugar pero faltaba otro punto importante que por comentarios de la Doctora Anne Chapman, Carlos Dipilato y Adrián Schiavini habían visto una cadena en un viaje anterior.

La busqué afanosamente y no pude hallar nada. Entonces volví a su diario y parado en lo que debía ser el costillaje de la proa de la goleta miré hacia la costa un poco pasando la rompiente y releí de nuevo lo escrito por él:

«12 (marzo) Sacamos las cadenas de la bodega y acomodamos las bombas para probar al día siguiente de mover el buque proa afuera. Pusimos una cadena afuera. Las boyas estaban todas bien …» (las de las anclas).

«5 (de mayo) … Hoy empezamos por tratar de echar la embarcación al agua, pero no tenía los palos que les había ordenado, además no amarraron la tira en la piedra firme sino en un anclote en la arena, sin asegurar. …»

Si el astillero era el lugar que pensábamos; los restos de la goleta; las piedras debían ser las únicas que estaban a la vista a unos 35 metros de distancia. Ahí debía estar la cadena o el anclote o ambos. En especial por el ángulo de tiro y el punto firme para arrastrar con un aparejo al cúter. Por otra parte es seguro que para aligerar al «Espora» y tratar de salvarlo debe haber sacado toda la cadena.

Con la ayuda de una palita y a unos 5 cm. de profundidad empezaron a aparecer eslabones de una cadena muy bien trabajada, con contrete y con una marca poco legible pero que ya está siendo analizada en Estados Unidos de Norte América.

Se trataba de todo un bollo de cadena. Evidentemente la reconstrucción del escenario estaba hecha. Porqué quedó esa cadena allí, muy sencillo, su tamaño y peso no sirven para el cúter «Luisito».

Cóndores y albatros

No son muchas las cosas que pueden identificar los pocos restos que quedan del naufragio, pero su entorno y el diario del mejor navegante que ha tenido la Argentina coinciden de tal forma que prácticamente no quedan dudas.

De cualquier forma se seguirán los trabajos siendo el análisis de la madera el paso siguiente a realizarse. También continuaremos con la inspección del lugar que nos pareció el lugar más hermoso de la isla.

Caminando por los cerros hacia el Sur y hacia bahía Cánepa nos acompañaban una pareja de cóndores que planeaban alrededor del cabo. Por supuesto que estaban los caranchos australes y los magallánicos. Pero lo mas insólito era ver los albatros y petreles a poca distancia de los cóndores como si estuvieran controlando cada uno su territorio. Las lagunas y ríos que se veían por debajo, entre densos bosques de lenga, e invitaban a la exploración. Por delante nuestro cada tanto aparecían ciervos; fuimos pasando por sus refugios muy cerca de aguadas y en lo posible utilizábamos los senderos de ellos, que por partes parecían avenidas, cosa que nos permitía caminar sin ninguna dificultad.

Los senderos de cabras eran los que utilizábamos para subir o bajar los cerros todo eso en un marco inimaginable dado que tanto la vegetación como la geografía del lugar son muy diferente al resto de la isla.

Es muy probable que hayamos sido los primeros en caminar por esa zona, a excepción de don Luis, ya que nunca encontramos una descripción ni fotos del lugar, salvo las aéreas que habíamos sacado en varios otros viajes.

La playa depara muchísimas sorpresas como los restos de un varamiento masivo de delfines pilotos, los restos de la «fábrica» (también hallada y que coincide con lo que suponía Daniel Kunstchik), más restos de la «goleta» han sido fotografiados, medidos y a todo tomado la posición por GPS. Sabemos donde está cada cosa y esperemos que sea así por mucho tiempo y que el lugar no se convierta en un atractivo para cosechar «souvenires» históricos.

El Gobernador de Tierra del Fuego firmó un decreto donde se limita la visita a la isla. Algo un poco difícil de controlar pero por lo menos es un paso para tratar de salvaguardar su frágil ecosistema, los restos históricos y que con el tiempo se recupere de la explotación de la que fue víctima. Es de desear que quede para el futuro como una muestra de lo que fue Tierra del Fuego.

Las visitas con fines científicos continuarán. Queda mucho para hacer con los pingüinos de penacho amarillo, cosa que Adrián «Bicho» Schiavini se encargará y completaremos, en lo posible, el relevamiento de la infraestructura histórico humana de la isla con el apoyo de la Base Naval Ushuaia.

Regreso a casa.

Fueron pasando los días y en un descanso que dio el temporal una mañana con viento calmo, apareció el Aviso ARA «Francisco de Gurruchaga». Ya alertados por radio teníamos las cosas casi listas. El primer viaje se hizo casi de inmediato pero a la media hora de fondear el buque un temporal del Sudoeste se desencadenó con toda su violencia.

Podemos decir que fue algo más que húmedo. Con tres botes de goma, uno actuaba de apoyo, se procedió a evacuar hasta la basura que habíamos producido.

Lamentablemente una cuaderna del «Espora» nos abrió un poco el fondo del bote que habíamos abordado con Adrián, era el último y no tenía sentido dejarlo pasar. Las olas hicieron el resto: teníamos un fondo abierto muy interesante para una navegación por el Caribe mirando los pecesitos de colores. En este caso hubo que desafiar olas inmensas rompiendo, con el tanque de nafta flotando por arriba de la altura del motor y todos aferrados a los pontones.

El bote semi rígido de apoyo se encargó de buscar algunos bolsos, baldes y demás cosas que íbamos perdiendo. Mirábamos al puente del aviso y veíamos a su Comandante constantemente vigilando, a la intemperie en medio de la borrasca, la costa y sosteniendo con motor el garreo inevitable del ancla.

En cubierta el Segundo Comandante impartiendo órdenes para terminar con la maniobra de la forma mas rápida y segura. Así aparecieron arneses y a medida que nos sacaban del agua helada nos recibieron con mantas y café. Mostraron que sabían lo que hacían y los paquetes, nosotros, habían llegado algo húmedos pero sanos.

Para darnos un poco la idea del temporal que nos tocó como despedida, el Aviso ARA Grurruchaga, preparado para remolcador de alta mar, no pudo avanzar contra las olas y el viento. Sin poder llegar a navegar a mas de un nudo resultaba casi imposible cruzar el estrecho de Le Maire hacia el canal Beagle y frente a islote Veleros, se decidió buscar refugio en Bahía Buen Suceso.

A todo esto nosotros en el puente (salvo la «Princesa Kobachovsky» alias Silvia Gigli) comentábamos los hallazgos y recordábamos como Piedra Buena se atrevía a navegar por esos mares, naufragar, construir con pocos elementos un cúter, dedicarse con él a rehacerse económicamente de la perdida de la goleta y navegar por la zona durante años rescatando, en el interín, náufragos y establecer la soberanía Argentina en un lugar que muy probablemente de no ser así ahora tendría otros dueños.

Todo el buque estaba pendiente de lo hallado y sentíamos como si Don Luis estuviese presente. Por las dudas ya se había encargado de jugarnos una broma y mostrarnos como se podía naufragar en un moderno bote de goma y como debió luchar con veleros sin motor para trabajar en su isla.

Vale la pena recordar que la «Isla de los Estados» era de su propiedad y él la tenía como hoy en día se puede tener un campo. Solo que su sentido nacionalista primaba ante todo. Quebrado económicamente tuvo el coraje de rechazar una oferta inglesa para la compra de la isla, o aunque sea la mitad. Es que en Malvinas necesitaban madera y querían poder tener el acceso a ella.

En este momento, y gracias a Telefónica, estamos en vías de construir un cúter que esperamos se aproxime mucho al «Luisito». En base a un estudio de Manuel Campos, algunas modificaciones de Horacio Ezcurra y con el asesoramiento de varios museos marítimos de la costa este de Estados Unidos, pensamos que tenemos una idea muy cercana a la realidad.

La intención es construirlo y dejarlo navegando por el Beagle. En el proyecto están invitados a participar los establecimientos secundarios y técnicos que quieran navegar como lo hiciera Don. Luis Piedra Buena. Pero este tema va a ser para otra nota.

Bahía de las Nutrias.

La ubicación de este puerto que usaba Don Luis Piedra Buena siempre fue un enigma. No aparece en ninguna cartografía existente. Lamentablemente las viejas cartas que usaba Don Luis se han perdido o están en algún archivo, pero lo cierto es que tendría que ser la actual Caleta Lacroix o las rocas Córdoba.

Sabemos que era costumbre entre los loberos mantener en secreto los lugares donde «cosechaban». No así donde tenían la «fábrica», es decir donde procesaban lo capturado. Es así que Don Luis habla de bahía Crossley donde tenía un depósito y «fábrica» pero allí no «cosechaba» las pieles de lobo; esto lo hacía en otras caletas y piedras del lado sur de la isla.

Creo que esta es una posible explicación, sus hombres entendían de qué lugar se trataba pero nadie más lo iba a poder descubrir, más si es cierto que allí había millones de animalitos que producían el origen de sus ingresos. Es una explicación y esperemos que con nuevos hallazgos o investigaciones se pueda tener la certeza.

Debemos agradecer el apoyo recibido de la Armada Argentina; las bibliotecas del Centro Naval, la del Depto. de Investigaciones Históricas de la Armada, la del Servicio de Hidrografía; al Museo del Fin del Mundo y el soporte de Telefónica de Argentina para el desarrollo de las investigaciones.

ESPORA 2

Continuando los trabajos

A la expedición de Noviembre le sucedió otra que comenzó el día 22 de febrero de 1999. Como preparativo previo a este nuevo viaje se realizaron, entre Diciembre y Febrero, 3 sobrevuelos a la Bahía Franklin y el cabo Setabense. Los mismo fueron realizados con el Araba de la Gobernación y los helicópteros del Rompehielos Almirante Irizar a los cuales quedamos muy agradecidos.

También la investigación en gabinetes iba dando sus resultados. Varios colaboradores aportaron datos de libros y publicaciones varias. Por ejemplo nos llamó la atención párrafos como el que sigue: «Pero al comandante Piedrabuena debía llegarle también su día, en que el mar le jugase una de las suyas. Ello ocurrió en Franklin Bay (Isla de los Estados) con el bergantín «Espora», que tripulaba el denodado marino. Un fuerte temporal arrojó su barco a la costa, donde se deshizo contra las rocas. Mas Piedrabuena no era hombre que se desanimara. Con los restos de aquel velero construyó el «cutter» «Luisito» de doce toneladas, en el cual pudo salvarse él y la tripulación del «Espora»». Tomado de «La Patagonia Argentina» por Edelmiro A. Correa Falcón y Luis J. Klappenbach. Libro 1 Estudio Gráfico y Documental del Territorio Nacional de Santa Cruz. Página 79. Talleres Kraft 1923. Información aportada por Diana Alonso. Es más que claro, da por asentado que el naufragio ocurrió en bahía Franklin sin ningún tipo de duda; de dónde habrán obtenido la información ?

Partimos

En esta oportunidad fuimos conducidos hasta el lugar a bordo del aviso A.R.A. Sobral cuyo Comandante era el Capitán de Corbeta Hugo Almada, siendo su Segundo el Teniente de Navío Roberto Santo Pietro. El equipo estaba formado por los buzos Gustavo «Tato» Gowland y Carlos Dipilato , ambos de recursos naturales. Paralelamente a los trabajos del Museo Marítimo participó la Sra. Sheryl Macnie, que se dedicó a estudiar un varamiento de 21 ballenas piloto; el Dr. Adrián Schiavini que junto a Silvia Gigli y Andrea Raya Rey, todos biólogos, continuaron con los estudios en la colonia de pingüinos de penacho amarillo.

En esta oportunidad nosotros teníamos como objetivo revisar todos los lugares ya ubicados como el refugio – depósito, el naufragio, la playa y en lo posible bucear la bahía para ver que se podía encontrar. Fue interesante el refugio – depósito dado que en ese lugar se encontraron muchas cosas esparcidas por el terreno. Hay un grupo de árboles que cayeron sobre este «depósito»; en un futuro se debería hacer una excavación arqueológica dado que debajo de estos árboles se vislumbran chapas de zinc, plomo, caños, cables y otros elementos.

En forma totalmente inesperada encontramos un segundo boyón de cadenas, a solo unos 10 metros del que habíamos encontrado antes. El mar se había encargado de destaparlo y pudimos comprobar que estas cadenas estaban bien aseguradas a las piedras, tal cual escribiera Don Luis en su diario.

De allí partieron los buzos, con sus trajes secos, a hacer un recorrido completo de la caleta; desde la rompiente hasta la línea imaginaria que la separa de la bahía. Aunque en la superficie se podía observar el agua casi negra proveniente del turbal, a unos 20 centímetros de profundidad el agua estaba totalmente transparente; dada la diferencia de salinidad tarda en mezclarse. Con una profundidad de 7 a 10 metros y fondo de arena no encontraron nada. Nuestra intención era ver si aparecía el anclote pero es muy probable que esté cubierto de arena. De la misma forma que la acción del mar destapó el segundo bollo de cadenas, también se encargó de cubrir con arena casi toda la quilla y las cuadernas del naufragio. Es muy probable que se haya ocupado de tapar el anclote; si es que no fue recuperado por alguna otra embarcación que recalara en este puerto.

Carlos Dipilato encontró un escobén del buque mientras caminaba remolcando, río arriba, el bote de goma. Pudimos corroborar que el desgaste que tenía era igual al paso de la cadena que habíamos encontrado. Nos llamó la atención la chapa de plomo que tenía aplicada. Este procedimiento se usaba para que la madera donde iba aplicado se conservara por mas tiempo.

Madera y demás restos.

Las tareas continuaron con la recolección de muestras de madera. Pequeños cortes a cuadernas, quilla, codaste y al forro. Fueron llevadas para ser analizadas y de esa forma tratar de determinar la madera de que se trata y el área de dispersión. También muestras de la clavazón para que sea analizada en EE. UU. y ver si corresponde a materiales usados hacia mediados del 1800.

Entre las cosas que nos llamó la atención fue que a medida que aserrábamos la cuaderna notamos que el centro de la misma estaba totalmente seca y era de una gran dureza. Al ver los anillos y la veta sospechamos de un árbol de crecimiento lento, como el roble. En el 1800 su uso en barcos, a los que se iba exigir mucho, era algo común. Por suerte no estábamos muy lejos de la realidad.

El resultado fue más que exitoso dado que el análisis de la madera realizado en Buenos Aires por la Doctora Maria Castro del Conicet, nos habla de un buque construido con maderas del hemisferio Norte. Posiblemente en algún astillero o puerto del Mar del Norte o del Cantábrico. Lugar de donde provenían la mayoría de los buques balleneros y loberos en aquella época. Se utilizó maderas duras, caras para la época, que solo se usaban para buques que deberían soportar un trato muy duro (como guerras o pesca de ballenas); no así los cargueros y/o clíperes para los cuales se usaba maderas más blandas como el pino.

La presencia de maderas del Norte de América puede estar diciéndonos que el buque sufrió alguna reparación, cosa muy probable dado que el bergantín goleta «Nancy» fue comprado y usado por el capitán «Smiley«, en la costa este de EE. UU.

Si bien nunca vamos a encontrar un cartel que diga «Espora» es evidente que los datos obtenidos se ajustan a las descripciones de Don Luis Piedra Buena y a los elementos que se usaban en aquel entonces.

Otro dato que concuerda es el origen inglés de la cadena con contrete. Las botellas encontradas dan indicios suficientes como para estimar su fabricación hacia mediados del 1800, tanto por sus soldaduras en el pico y en el fondo, además de la forma. Con respecto a este punto lo que se analiza es la forma de fabricación sin poder determinarse la fecha exacta, pero sí la época.

Motivados por estos resultados es que decidimos realizar inspecciones en los otros sitios frecuentados por Don Luis Piedra Buena antes de ingresar a la Armada Argentina. Estos sitios son Puerto Roca, Bahía Crossley y Puerto Cook y Vancouver.

Dejando Bahía Franklin el 26 de febrero de 1999

En esta oportunidad establecimos el campamento bien al fondo de la bahía en un pequeño monte fuera del alcance de las turbonadas de arena. De cualquier forma este mes fue mucho mas pacífico que noviembre donde la violencia del viento hizo que días completos la pasáramos refugiados dentro de la carpa.

En este lugar fue que tuvimos la oportunidad de ver «nutrias». Los avistajes fueron varios y realizados por distintas personas. Esto podría explicarnos un poco el nombre de Bahía de las Nutrias.

También pudimos ver ciervos y cientos de cabras. Algo que nos llamó la atención fue que en los bosques no veíamos renovales ni tampoco ramas bajas. En forma automática se nos planteaba la pregunta; ¿estas cabras y ciervos qué comen?. ¿Existe suficiente pastura para mantenerlos o viven de los renovales del bosque? Si es así en unos 100 años tendremos un bosque viejo sin muchas posibilidades de renovarse. Pero para esto se requiere estudios que trataremos de desarrollar en noviembre del 99. La población de ciervos la estimamos en unos 100 animales y la de cabras en unas 1.000. Pensemos que ambos mamíferos fueron introducidos; la cabra llegó con Don Luis durante el siglo pasado para poder contar con carne fresca cuando se quedaba meses en la isla dedicándose a la caza de lobos marinos y pingüinos. Con posterioridad a su naufragio llevó varias y las soltó pensando que serían de gran ayuda en caso de que alguien naufrague en el lugar. El ciervo colorado fue llevado en 1976 e un intento de mejorar la fauna del lugar. ¿Qué hacer con ellos? Están totalmente adaptados y en el caso de la cabra casi se podría hablar de una especie diferente a aquella que le dio origen. ¿Trasladarlos? A donde y para qué? Un dilema donde muchos preferirían no tener que tomar medidas. Otros más radicales son de la idea de eliminarlas de la isla y de esa manera devolverle a la isla la posibilidad de recuperarse con el transcurso del tiempo.

Regreso

El aviso ARA «Sobral» se adelantó en medio día a recuperarnos ya que existía probabilidades de que se levantara un temporal. Es así como el 25 a las 15:15 hs. escuchamos la sirena del «Sobral». Con una suave llovizna en un día gris plomizo comenzamos con la tarea de levantar el campamento y con la ayuda de varios hombres del buque, incluido Omar Mandolini, Coordinador General de la cartera de Educación del Gobierno Provincial, fuimos trasladando todos los bultos hasta la rompiente.

Como no podía ser de otra manera cuando comenzamos a embarcar el viento ya superaba los 30 nudos y la marejada corta y en forma piramidal nos prometía unas buenas sacudidas. Hicimos el primer viaje con nuestro bote, que siendo algo chico la prudencia no aconsejaba realizar otro viaje salvo que fuera totalmente indispensable.

Uno de los botes dejó una pala de la hélice clavada en la dura cuaderna de roble del naufragio. Esto hizo que el otro bote fuera en su ayuda y reemplazar la hélice. Evidentemente Don Luis quería que sufriéramos un poco. El operativo continuó hasta casi las 20 horas donde todo el material y la gente llegó a bordo. A esa altura del día ya estábamos en medio de una pequeña tormenta y nadie podía estimar cuanto duraría ni si iba a empeorar. Vale la pena destacar la actuación de todo el grupo y en especial la del Teniente Rivolta al cual hicimos trabajar por demás; acarreó carpas, equipos de buceo y hasta tablas del naufragio, además de encargarse del operativo de los botes. Con el mar tan arbolado y dado el fuerte viento fueron necesarios 3 viajes con 2 botes del buque, además del nuestro, cuando el desembarque se realizó solo con 2 botes y en un solo viaje.

Ya con todo a bordo el Comandante decidió zarpar. La «zaranda» (rolidos mas cabeceos, todo en forma desordenada) duró hasta las 22 hs cuando ya fuera de los escarceos que junto a la isla, el viento amainó casi de golpe y un sereno Le Maire nos permitió fondear en Buen Suceso cerca de la media noche. Increíblemente se había disipado todo. Silvio Bocchicchio, de La Nación, estaba súper excitado tomando nota de todo y disfrutando de la gran experiencia en la que había tenido oportunidad de participar.

Bahía Crossley, Puerto Roca y Puerto Cook, aunque en realidad Vancouver

Continuando con el plan que nos habíamos trazado el 16 de abril embarcamos nuevamente en el aviso ARA «Sobral». En esta oportunidad el grupo del Museo Marítimo estaba compuesto por Horacio García y Miguel Scipione. En esta ocasión nos acompañó Emilio Urruty del matutino «El Diario», de Ushuaia; el Ministro de Educación, Ing. Javier F. Alvarez y Tristán. A bordo nos encontramos con un navegante italiano, Giovani Leone, que unas semanas atrás había perdido el palo de su barco y ahora estaba reparándolo en la Base Naval. Como es corresponsal de revistas náuticas de Italia no quiso perderse la oportunidad de conocer el faro de San Juan de Salvamento.

Nosotros nos dedicamos a estudiar los restos de la construcción de Crossley y recogimos muestras de madera, chapas de zinc y botellas para compararlas con las obtenidas en la Isla Pavón, Santa Cruz, y en la casa de Gregorio Ibañez, segundo piloto de Luis Piedra Buena (debemos agradecer muy especialmente la colaboración brindada por el Investigador Jorge Eduardo Segovia, de Comandante Luis Piedra Buena). Delimitamos la superficie que merecería un estudio arqueológico; muy probablemente se trataría del lugar donde pudo haber estado la «fábrica»,

Las muestras del clavazón coinciden con lo ya encontrado en bahía Franklin. Los restos de botellas coincidieron con las halladas en Isla Pavón, Puerto Roca y la casilla de «Eyroa» en Vancouver. No así las encontradas, hasta el momento, en bahía Franklin.

En Puerto Roca, donde Luis Piedra Buena dejara sus hombres para faenar una colonia de pingüinos Rey, acampamos en un bosque cerca de la playa. Recorrimos el lugar y encontramos dos desembocaduras de un caudaloso río que nos cortaba el paso hacia los montes. En ambas desembocaduras encontramos restos de una precaria ocupación. En el más oriental un refugio construido con palos puestos hacia el lado del mar. En el otro restos de botellas (similares a la de Crossley y los de la Isla Pavón) y tocones que indicaban el corte de árboles; por su estado de putrefacción deberían de tener mas de 100 años.

También encontramos el lugar donde la colonia de pingüinos pudo estar asentada. Quedará para una próxima vuelta, con una inspección mas minuciosa del lugar, ubicar el posible sitio de la fábrica y el refugio principal. Aunque es sabido que cuando terminaban una faena levantaban todas las construcciones, en especial si habían empleado chapas y maderas buenas.

En Puerto Cook cruzamos a bahía Vancouver donde en el bosque habíamos encontrado, en abril del 98 (con Carlos Dipilato), lo que fue la famosa casilla de «Eyroa«. Cruzamos este istmo por donde los hombres de Piedra Buena y otros «loberos» cruzaban sus embarcaciones para operar sea del lado Sur o Norte de la isla. Ya en el lugar recogimos muestras para compararlas con las recolectadas en los distintos puntos investigados. Los últimos datos de visitas que tenemos es por comentarios del Contra almirante (RE) Gustavo Padilla que en 1942, en ese momento Guardiamarina, iban a renovarle los alimentos. Don Marcos Oliva Day (padre) la vió en pie en 1967. En la actualidad es un conjunto de maderas y chapas desparramados sobre el suelo y entre arboles que fueron creciendo y ocultando los tocones que dejaron sus antiguos ocupantes. Todavía se pueden notar los 2 pequeños ambientes en que estaba dividida y restos de los colchones de «paja» (atados con alambre) que poseía. En sí se trataba de un refugio – depósito donde guardaban sal y demás enseres para la faena de lobos marinos.

Pero todos estos lugares quedarían para un trabajo arqueológico a realizarse en campañas futuras.

Ushuaia 2 de marzo de 1999

Muestras extraidas de bahía Franklin

1) Trozo de madera de 10 cm x 8 cm de cuaderna. Para análisis de madera.

2) Ídem de 8 cm X 8 cm, de codaste o roda …? (no se sabe). Para análisis de madera.

3) Ídem de 5 cm X 7 cm de sobre quilla (se supone). Para análisis de madera.

Muestras tomadas de restos dispersos en la playa o el bosque.

1) Trozo de tabla de forro del buque (se presume hasta tanto se realice análisis de madera) para poder estudiar la «clavazón». Se trata de determinar época y método de construcción. La idea es que la misma sea estudiada por astilleros de Buenos Aires y museos de la costa este de EE UU. En particular los que ya trabajaron con el Museo Marítimo para el estudio del «Luisito«.

2) Trozo de cuaderna con una clavija de hierro.

3) Trozo de chapa acanalada de 30 cm. X 20 cm. para comparar con chapas de Vancouver y Punta Arenas. Hallada en el bosque no pertenece al naufragio.

4) Trozo de chapa de zinc o plomo de 20 cm. X 20 cm. hallada en el bosque. Para tratar de determinar si es del forro o del «tacho».

5) Trozo de 40 cm de cable. Hallado en el bosque. Para tratar de determinar si es de uso náutico o no.

6) Trozo de caño curvo de una pulgada por 30 cm. de largo. Hallado en el bosque.

Las muestras son para análisis y no representan valor museológico en cuanto a la posibilidad de exhibición de ningún tipo.

Vale la pena recordar que si se trata del «Espora» un buque de 30 metros de eslora, estas muestras de escasos centímetros es menos que un análisis de sangre.