CASILLA DE EYROA

PUERTO VANCOUVER

Puerto Vancouver esta separado del lado Sur de la Isla de los Estados por una estrecha franja de tierra de unos 700 metros de ancho. Por aquí pasaban los botes para la caza de lobos marinos y evitaban circunvalar toda la isla. Esta justo sobre el puerto Vancouver, donde quedan los restos de una casilla de madera y zinc que sirvió de refugio a marineros, náufragos y cazadores de lobos. Se trata de la famosa Casilla de Eyroa y se encuentra justo donde los diarios de Piedrabuena y Roberto J. Payró la describieron. Caminando desde Puerto Cook por la avenida de los botes bordeando el bosque y cruzando un arroyo de agua dulce se llega a la casilla. Ahora esta un poco invadida por el bosque, pero hasta los restos de los colchones de paja brava se pueden encontrar. (2004) Fue mantenida hasta 1970 por la Armada Argentina. El CN Marcos Olvadey  tomó esa responsabilidad. Los que lo siguieron no les importó mucho y abajo con todo. En la entrada estaba la cocina con puerta al este y ventana hacia la bahía, uego seguía la gran habitación con cuchetas, mesa y bancos. La cocina también era despensa.

Leemos a Roberto J. Payro corresponsal de La Nación

 La “casilla de Eyroa” y la presencia de Don Luis Piedra Buena.

Lo cierto, y muy a pesar de las placas recordatorios que hay en dicha casilla de material, es que no se trata de la famosa “casilla de Eyroa” que estaba sobre la bahía de Vancouver aunque se podía acceder desde puerto Cook.

Fueron muchos los náufragos que recalaron en el lugar, dejando su testimonio, mientras se dirigían a San Juan de Salvamento donde los navegantes sabían que existía una sub prefectura. Pero veamos como encontró el lugar un visitante a fines del 800: nos referimos nuevamente al periodista Roberto J. Payró. En una excursión habían llegado desde el puerto de San Juan de Salvamento en una embarcación de dicha sub prefectura. Lo acompañaba un médico que luego tuvo mucho que ver con el traslado del presidio militar y de la sub prefectura.

Pag.313.- ¿Y la famosa casilla de Eyroa?- pregunté al alférez Lezica.-¿Dónde está?

-Allá, a la derecha, sobre Vancouver. Desde aquí no se alcanza á ver.

-¿Está muy lejos?

-No. A unos cuantos centenares de metros. No sé á punto fijo…

Todos anduvimos á la par durante un rato: pero el doctor Pinchetti y yo, embarazados con nuestra carga, complicada para mí con la máquina fotográfica que me golpeaba empecinadamente las espaldas, como avisándome de que sus últimos negativos no iban á servir nos rezagamos muy pronto, echando pestes contra el turbal en que se hundían los pies, y contra la presión atmosférica que hacía trabajar sin descanso los pulmones …”. (ahora lo llamaríamos falta de entrenamiento).

Pag.314.- “ … Encontramos algunas vigas empotradas paralelamente en la turba, como carriles, y que sin duda han servido para transportar embarcaciones de un puerto á otro …” .

Pag.315.-Habríamos andado unos trescientos metros para llegar hasta allí. Desde nuestros asientos veíamos allá abajo, á la derecha, una casilla de hierro galvanizado, delante de la cual, y de una hoguera recién encendida con leña húmeda, se levantaban espirales de humo denso, que subía lentamente á mezclarse con las nubes. Algunos de nuestros marineros iban y venían  haciendo los preparativos de la instalación bajo las órdenes del alférez Lezica. Había que reunirse á ellos, so pena de pasar por poco activos, si  no por algo peor.

Nos levantamos, dando un suspiro, y comenzamos á bajar, hicimos las de Blondin y pasamos las de Caín, atravesando sobre un tronco ensebado el arroyo de aguas amarillas que corre junto á la casa, pero después de eso tuvo término feliz nuestra odisea.

Entramos en la casa, que se compone de dos departamentos, á saber: una pieza cuadrada y una cocinita adyacente. Está construida con chapas de hierro galvanizado, y forrada por dentro de madera, menos el techo, una puerta da luz al interior, otra más pequeña se abre sobre la cocina. Su mueblaje se limita á unas cuantas camas portátiles, casi completamente desvencijadas, un banco largo de madera, varios tablones, en el techo los remos de dos embarcaciones, y junto á las paredes, y esparcidas por el piso, negras bolsas de sal, húmedas como si hubieran estado á la intemperie. En la pared del fondo, frente á la puerta, un tablero contenía, en castellano, francés é inglés, la siguiente hospitalaria inscripción:

AVISO

Se ruega á los señores náufragos ú otros que usen esta casa, la cuiden y gasten sólo los víveres necesarios para su sustento.

Buenos Aires, 1o enero de 1896.

Antes la inscripción estaba perfectamente justificada por la existencia de víveres, y hablaba muy alto en pro de los sentimientos humanitarios de los dueños de la casilla, que así la ponían con sus enseres y bastimentos, á disposición de náufragos y visitantes, pero en aquellos días no había provisiones que malgastar, y el letrero era simple recuerdo de tiempos mejores.

-En las casilla de Eyroa hay de todo: platos, tazas, camas, conservas, cuanto se necesita…

Salvo las camas, en muy mal estado, la sal, y una provisión de balas de winchester, poco comestibles á decir verdad, nada de aquello había, ni tazas, ni platos, ni mucho menos conservas. Los loberos y otros merodeadores que han pasado por allí dejando las huellas

Pag.317.-de Atila, han quitado á los propietarios las ganas de renovar provisiones y vajilla, como lo demuestra otra inscripción grabada en el zinc con un clavo ó un cuchillo y que comienza diciendo: !Ojo! Esta casa fué saqueada y robada…” No copio la acusación integra, pues bien pudo el que la hizo equivocarse al señalar á los presuntos autores del saqueo.

-¿Le extraña á usted, doctor? Pues lo extraordinario es que no se hayan llevado también la casa, ó se hayan calentado con ella, como han hecho los loberos con la que dejó la Romanche…

Sin embargo, cosas así han de respetarse, porque son respetables, y cada individuo que visita la casilla y se apropia lo que contiene, debería ponerse en lugar de los náufragos que pueden un día llegar á ella buscando socorros, y encontrar frustrada su última esperanza…

Cerca de allí, fuera del alcance de las olas de Vancouver, estaban, con la quilla al aire, los dos botes de la pesquería. Porque debo advertir que de una pesquería. Porque debo

advertir  que de una pesquería se trata, y que la cantidad de sal de que antes he hablado no está allí inútilmente: es para la conservación de los cueros de foca que se cosechan al sur de isla, u que sólo pueden beneficiar legalmente los herederos del comandante Piedrabuena, representados por el comandante Eyroa.

(de la “Australia Argentina” de Roberto J. Payró)