
CONSTRUCCIÓN DE
LA CANOA 1989
RECONSTRUCCION CON DATOS ETNO HISTORICOS POR CARLOS PEDRO VAIRO – 1989
Extracto del libro LOS YAMANA – Nuestra única tradición marítima autóctona, por Carlos Pedro Vairo. 1995 ISBN 1-879568-27-6
Aclaración: el grupo básico de trabajo en Ushuaia fue compuesto por: Miriam Corsi; Cecilia Illa, Pedro Esteban “Gato Curuchet”, Moreno Preto, Edith Pancotti y Jorge May y toda su familia. En especial a sus hermanos Guillermo, Roberto y Eduardo y a su divina esposa Marta Santini. Asesoró muy bien el Lic. Hernán Vidal y aportó su bagaje cultural Don Oscar Pablo Zanola, Dir. del Museo Territorial y miembro fundador de ADIMRA (Asoc. de Dir. De Museos de la Rep. Argentina).
Algunos autores escriben que básicamente se necesitan tres grandes trozos de corteza, otros aumentan el número a cinco, e incluso Hyades sostiene que son entre 5 a 7. Hyades pág. 351: “…Estos pedazos son en general de cinco a siete, a saber: la pieza del fondo, llamada ushlaj, muy gruesa; las dos piezas que se unen a ella y que terminan en punta para formar la proa y la popa; las dos piezas de los costados, aguzadas en uno de sus extremos y convexas en el otro.” No explica dónde van las otras dos. Pueden tratarse del resto de fajas internas que se necesitan , pero entonces el número se elevaría a 17 ó 20 trozos de corteza.
Dejando este punto sobre la cantidad de corteza necesaria, está planteando otro problema que son dos trozos de corteza que van en la proa y en la popa con un fin poco claro. En un primer momento pensamos que podían tratarse de refuerzos, sea para la roda o el codaste contra el embate de las olas o inclusive como rompeolas. Por otra parte intuimos que estos dos apliques de corteza eran los que habían contribuido a la imagen de góndola venencianas o luna de 4 días.
Preparado de las cortezas
I) Flexibilizarlas
El primer punto previo al armado era el de dilucidar en que consistía el proceso de flexibilización de la corteza que, según los tratados, el yamana lo hacía con fuego y agua. Practicamos con fragmentos pequeños; los pusimos cerca de unas brasas, no queríamos darle fuego fuerte, y a medida que se iban secando los mojábamos con agua dulce. Primero de una cara y luego de otra.
Después de repetir este proceso cuatro veces notamos que la corteza adquiría mucha flexibilidad pero como el resultado fue de todas cortezas quebradas nos dimos cuenta que se debía retirar la parte leñosa casi en su totalidad dejando sólo adherida no más de 1 mm o poco más. Tampoco debíamos excedernos porque devastar la corteza externa en demasía provocaba lastimaduras en el suber imposibles de solucionar y ya no presentaba el mínimo de rigidez necesario para poder coserla o emparchar.
El segundo experimento fue mejor, casi sin parte leñosa adquiría una flexibilidad comparable al caucho. Podíamos flexionar la corteza hasta el extremo de llegar a enrollarla en sentido contrario al que presenta naturalmente, incluso doblarla suavemente en forma perpendicular a las fibras sin que se quebraran.
Continuamos experimentando (en esta parte nuestro principal asesor fue Jorge May), y notamos que si continuábamos la exposición a las brasas y luego agua dulce cada vez que se secaba, repitiendo este ciclo más de dos veces por cara, no obteníamos ninguna mejora. Lo realizamos hasta llegar a 10 veces por lado pero sin tener ninguna diferencia con el que fue flexibilizado sólo por un par de exposiciones.
Tal cual lo expresa Martín Gusinde (pág. 428) “…el trozo se vuelve flexible como el cuero grueso y en este estado es posible darle la forma requerida”. Hasta que se enfría, trata de volver a tomar su forma original perdiendo totalmente la flexibilidad. Pero sí, se va a mantener con la nueva forma si se lo sujeta o inmoviliza de alguna forma, es decir coser las cortezas o atarlas.
Evidentemente el yamana ya sabía algunas cuantas cosas que emplea cualquier carpintero naval, en especial la técnica para poder doblar madera.
Como con las brasas de leña tardábamos entre media hora a 45 minutos por corteza y a eso debíamos esperar que el fuego se hiciera brasa, nos preguntamos que podría pasar si las exponíamos al fuego directo, y en realidad a un gran fuego directo para que le diera a toda la corteza. El resultado fue que obteníamos la misma flexibilización en unos 15 minutos por corteza. El problema que encontramos fue que casi no podíamos aguantar estar cerca del fuego.
Entre los hallazgos que nos ayudaron mucho a armar la canoa fue el de poder flexibilizar cuantas veces quisiéramos todas aquellas cortezas que ya habían sido flexibilizadas pero que por un problema u otro no usábamos en el momento. Por supuesto que a esto le siguió la idea de ver si se podía flexibilizar en el momento la parte que quisiéramos de corteza para ir moldeando cada sección y encontramos que era factible; sólo debíamos darle calor al lugar deseado.
Nos quedamos admirados de cómo el yamana podía manejar esta especie de terciado marino. Si sorprendentemente nos encontramos con lo que podría ser un primitivo terciado marino cuyo espesor oscilaba entre tres a 6 mm siendo a veces todavía más grueso. El único gran contratiempo que presentaba es que todas sus fibras eran longitudinales y un pequeño error significaba una rajadura que a veces se podía prolongar a todo el largo.
En este punto ya habíamos sacado como conclusión que un hombre sólo jamás hubiese podido manejar una gran corteza, salvo para hacerla jirones. Nosotros necesitábamos no menos de dos personas, para los movimientos sencillos y muchas veces tres y hasta cuatro. El manipuleo era extremadamente peligroso para la integridad del material.
II) Parches
El tema de los parches y rajaduras era para nosotros un gran dilema. Los autores no mencionaron en absoluto que hacían ante una rajadura, salvo Thomas Bridges. Evidentemente o nunca las vieron o les restaron importancia. El tema es muy importante porque de ello depende que se pudiera o no usar una corteza con imperfecciones. Bridges (pág. 79) “To see up the slits cut in the edges…” Es una clara referencia a que sí debían tener rajaduras antes de comenzar la construcción. Estas debían ser cosidas muy bien para que no se prolongasen.
Como al principio no lo hacíamos, las cortezas colocadas en el arroyo para mantener su flexibilidad se rajaban totalmente cuando en alguno de los extremos se presentaba una hendidura.
En las fotos de las canoas de la época no se pueden notar pero sí en un dibujo de una canoa en la obra de la Missión Scientifique du Cap Horn, en el tomo de Hyades. Esa representación muestra grietas longitudinales cosidas, tanto en los extremos como en parte centrales y también costuras perpendiculares. Todos estos arreglos suponemos que deberían ir calafateados para evitar el ingreso de agua y además le daría mayor seguridad a la compostura al agregársele un nervio.
Nosotros realizamos estas composturas con tiento de piel de lobo marino, sin curtir y bien estirado, resultando perfecto para el fin. Simultáneamente calafateamos los lugares, sí temíamos, que quedasen por debajo de la línea de flotación.
III) Corte y ajuste de las cortezas
Todos los autores coinciden que la franja que forma el piso, es la de mayor grosor así es que elegimos la más gruesa de todas y luego de devastar la superficie leñosa externa comenzamos a flexibilizarla.
Vale la pena aclarar que en ninguna de las cortezas que sacamos nos topamos con “fibras leñosas sueltas de la parte interior”, como comenta Gusinde.
Luego dividimos esta faja en tres partes, la central es la que se convirtió en el fondo plano de la canoa, los otros dos tercios se los rebajó para terminar en una punta de 10 cm de ancho en forma bastante recta.
A continuación, guiados por dos relatos que nos llamaron la atención, dimos forma doblando la faja convirtiéndola en la roda y el codaste de la embarcación. Para eso, luego de flexibilizar toda la corteza, continuamos calentando sólo en forma local las partes que más podían sufrir cuando les diéramos forma. Cuando consideramos que estaba lista se la fue perfilando y decidimos ponerle tacos de madera para que esa forma que le habíamos dado se mantuviera y en lo posible que no recuperara la conformación natural. Se nos plantearon dudas cuando vimos los bordes rectos y lisos. Como haríamos para poder unir allí los costados en una ángulo casi recto. Sin nervios, ningún tipo de costura o unión serviría, pero sería un problema para más adelante.
La idea de los tacos de madera se originó a raíz de que no entendíamos la idea que trataba de expresar Gusinde acerca de realizar un pozo con la silueta de la canoa y colocar adentro las fajas de corteza, o la de un perímetro con varas cortas con la figura de la embarcación. Schapenham escribió “… colocando la corteza sobre maderos, como se hace con los barcos en los astilleros del Holanda.” Por otra parte el Cap. Córdoba, en 1875, describe la construcción de la siguiente forma: “Para que esta corteza adquiera la curvatura y figura competente perdiendo la que tiene, sujetan los extremos a dos montones de piedras colocadas por la parte exterior, dejándole así dos o tres días en que se va secando y queda apta para la construcción: colocan después cuasi perpendicularmente a la pieza de en medio, las otras dos que sirven de costado, uniéndolas con unas costuras de junco seco y rellenándolas de paja y lodo a fin de impedir en lo posible la introducción del agua…”
Por supuesto que seguíamos las indicaciones de Hyades que podíamos comprender y “… ese trabajo fue hecho a la sombra de los árboles para proteger a la corteza de los efectos de los rayos solares.” El resultado fue doblemente excelente; de esta manera, usando el sentido náutico y uniendo las partes comprensibles de las anotaciones de los marinos con los que no lo fueron, avanzábamos a pasos agigantados y con logros que no esperábamos, los cuales nos ayudaron en la siguiente etapa.
La faja central, cuando se enfrió y secó un poco, adquirió la forma de la roda y el codaste sin la menor rajadura ni quebradura. Pero además los dos bordes se combaron unos tres cm hacia arriba cosa que permitió una unión perfecta con las bandas.
El trabajo con los dos costados requirió al principio de moldes, varios cortes y muchos ajustes pero básicamente fue un borde superior recto, una parte inferior central casi recta y los dos extremos siguiendo la línea del codaste y de la roda. Después de arruinar dos fajas con los moldes y cortes hipotéticos decidimos que mejor era colocar unas estacas para mantener la corteza parada y de esa manera ir ajustándola; sin querer llegamos a lo escrito en los trabajos pero encontrándole una lógica.
Los extremos de las bandas los terminamos en punta; ahora sabemos que no hay que terminar en punta nada porque lo único que se logra es agrietar la corteza con muchas posibilidades de romperse.En una de las bandas tuvimos once rajaduras que debimos coser para que no se continuaran. Nunca pensamos que dicha banda iba aguantar las pruebas de navegación. Sólo los dos triángulos postizos para la proa y la popa tuvieron sentido terminarlos en punta.
Es cierto lo escrito por Gusinde (pág. 430): “…Se me informó que la construcción de la canoa resulta más sólida cuando los tres grandes trozos de corteza no rematan en ambos extremos en puntas finas, sino que se cortan transversalmente …” luego explica cómo se sujetan las puntas triangulares pero está totalmente errado y el objetivo que se persigue no es el que él explica.
Los triángulos de proa y popa tienen varias funciones: en primer lugar evita una terminación en punta que hace posible rajaduras graves en las cortezas, en segundo lugar sirve para prolongar las cortezas si no se pudieron retirar de una sola pieza. De esa forma se agranda la eslora dejando más lugar aprovechable aumentando la flotabilidad. En tercer lugar acrecienta el francobordo en proa y popa además de darle la característica que las hiciera famosas.
IV) Varas longitudinales
La canoa lleva en la regala dos varas longitudinales de pulgada a pulgada y media de diámetro una por banda, cosidas a la corteza. Algo tan sencillo nos trajo varias pruebas y fracasos. Primero colocamos varas de canelo (drimys winteri) porque las vimos tan rectas que nos pareció lo más aconsejable. Lamentablemente no bien comenzaron a secarse se convirtieron en la madera más quebradiza que conocimos, además de doblarse en raras posiciones. Así es como luego de buscar renovales de guindo comprobamos que la mejor madera para ésto era la de lenga (Notofagus pumilio).
Estas varas deben ser cosidas a la corteza antes de unir la banda con el fondo. En este momento de la construcción le otorga rigidez a la corteza lateral haciéndola más fácil de manejar ya que es posible tomarla y suspenderla por los extremos de las varas que luego se cortarán o pudiendo quedar ocultos por los triángulos de los extremos.
V) Varas transversales
No nos sucedió lo mismo con las varas transversales dado que al ejercer una gran fuerza para abrir las dos bandas se partían salvo que fuesen de leña dura (Maytenus magellánica) y en los extremos usamos lenga dado que en ese punto no estaban sometidas a tanto esfuerzo. Estas varas deben tener una pulgada de diámetro (Gusinde: un pulgar pág. 429). A éstas, luego de quitarles la corteza, se les confeccionó una hendidura a unos 2 cm de cada extremo, formando una especie de botón donde se lo ligaba con la vara longitudinal. Este botón tenía un aspecto cúbico dado que se lo desgastaba para que asentara perfectamente y no tendiera a girarse.
El largo de las mismas variaba según su ubicación siendo las dos más anchas las centrales, disminuyendo hacia cada extremo (en nuestro caso fueron de 70 cm disminuyendo hasta 32 cm cerca de los extremos).
Estas varas (o baos) desempeñan una misión distinta según la posición que ocupen. Las centrales son las que se encargan de abrir las dos cortezas y le dan la manga necesaria. Realmente deben aguantar mucha presión dado que doblan las varas longitudinales (regala) y le dan la forma semielipsoide a la canoa. Las que le siguen hacia los extremos ayudan en esta posición mejorando las líneas y otorgando una suavidad en la figura, pero siempre haciendo de apertura de la corteza. Por el contrario los travesaños en los extremos mantienen unidas las varas para que no trabajen las cortezas y en realidad son las que cierran esa elipse y la mantienen. Las tensiones son grandes pero eso es sólo momentáneo. A partir del momento que se le ingresa el costillaje interno cambian totalmente de función dado que ahora son las costillas las que abren la corteza y son los baos los que hacen que el todo no estalle, es decir que realiza exactamente la función contraria que al comienzo del trabajo; y fue en este momento cuando entendimos la importancia de los botones cúbicos de estas varas para impedir que las ligaduras puedan salirse.
A nosotros se nos salieron y se llegó a romper la corteza. Nunca nos imaginamos la fuerza que podían hacer unas cuantas ramitas puestas en el interior a modo de costillaje.
Las ligaduras las realizamos con tiento de piel de lobo marino (sin curtir) que resultaron excelentes, aún mojados con agua salada.
VI) Costillaje
En este punto quisimos no innovar y colocamos finas ramas de canelo y de lenga en un total de 41; dada su flexibilidad consideramos que no tenía sentido realizarle las hendiduras ni partirlas longitudinalmente. Luego de colocar unas 20 y presenciar como la canoa estallaba dada la presión que ejercían contra las paredes laterales, las partimos y les rompimos partes de las fibras para que no producieran tanta presión. Fue en este momento que la canoa adquirió sus líneas finales. Por lo menos antes del uso.
También en este momento comprendimos para qué eran las varillas longitudinales paralelas a la borda sobre las cuales asentaban las costillas. Ellas son las que repartían en forma menos puntual la presión que ejercen las finas ramas de canelo debilitadas y que no produjeran orificios por la presión.
Somos conscientes de que describir la construcción de la canoa con tanto detalle pudo parecer un poco denso para el no entendido, pero es justamente de esta forma que pudimos valorar la destreza técnica que tenía el yamana. No la adquirió en una temporada, sino que fue desarrollándola durante mucho tiempo.
VII) Costuras
En el único trabajo que encontramos mayor desarrollo sobre este tema fue en el de Martín Gusinde; un poco explica Thomas Bridges y en los restantes autores sólo hallamos referencias realizadas al pasar. En sí es un tema muy importante que encierra complicaciones cuyas soluciones son difíciles.
Como la descripción que realizó Gusinde fue con una canoa delante de sus ojos decidimos hacerle caso a la distancia entre costuras y las espaciamos cada trece centímetros, sólo que comprobamos que eso no podía ser. Debía existir un error de tipeo o de impresión porque con semejante separación sólo lográbamos grandes globos entre las puntadas.
Así es como pensamos que podía tratarse de un error en la ubicación de la coma y probamos cada 1,5 cm logrando debilitar la corteza a tal punto que cuando estábamos terminando de asegurar una de las varas longitudinales cortamos una gran tira de corteza como quien saca una hoja de un anotador.
Además de convertirse en la primer disminución del francobordo (sufrimos tres) sirvió para darnos cuenta de que los orificios que hacíamos con la lezna en la corteza debían ser lo más pequeños posibles y estar en posición alternada. De esa forma, al no interesar a la misma fibra longitudinal, evitábamos grietas entre los orificios, los que luego se convertían en rajaduras. Otra comprobación interesante fue que la lezna debía ser plana y no redonda, como si se tratase de un destornillador, para cortar las fibras perpendicularmente. El lugar ideal para perforar era aquel que presentaba restos leñosos importantes del lado externo.
El resultado de esta experimentación fue que terminamos haciendo una costura dejando unos 3 a 6 cm de luz entre orificios. Esta luz dependía un poco de tratar de tomar la parte leñosa y no afectar la misma fibra de corteza. Las varas longitudinales fueron cosidas con tiento de piel de lobo marino sin curtir y bien estirado. Funcionó muy bien e incluso todas las ligaduras de travesaños también las realizamos con el mismo material. Como ya comentamos antes las rajaduras también fueron “matadas” y cosidas con tiento de piel de lobo.
No pudimos experimentar la barba de ballena dado que nos fue imposible contar con ella. Hyades escribió (pág. 351) “Para las costuras, se emplean barbas de ballena o, a falta de ella, albura de ñires jóvenes, preparadas para que puedan servir. Luego continúa: “… las barbas de ballena o la albura son divididas en fibras de longitud igual del mismo diámetro, pulidas en sus bordes mediante raspado con valvas partidas.” También Thomas Bridges comenta (pág. 122) “Wood fibre split out and used for sewing canoes and other purposes”. Wilkes (pág. 127) habla de que son cosidas con tiras de barbas de ballena, cuero de focas y ramitas.
Gusinde en su trabajo comenta (pág. 429) “… tiras de alrededor de 1 mm de espesor y 3 mm de ancho de la capa de madera más reciente bajo la corteza de los pequeños troncos jóvenes de notofagus antártica (ñire) que son sumamente flexibles y que, debido a su resistencia, no se deshilachan ni quiebran aunque estén secos. Los que disponen de las tiras más apropiadas de barba de ballena eligen éstas; de no ser así tendrán que recurrir a aquellas que acondicionan cuidadosamente.” Está muy claro pero nosotros no pudimos obtener fibras vegetales más largas que 50 ó 60 cm, en parte fue porque eran muy quebradizas.
Nos quedó luego la duda de si no estaban sometidas a un proceso de flexibilización como el de la corteza. Lothrop (pág. 144) debe haber leído en alguna parte “… con trozos de barba de ballena”. Thomas Bridges en muchas oportunidades toca el tema de coser, descoser, arreglar costuras, rajaduras, etc. Muestra que gran parte del tiempo lo empleaban en este tipo de mantenimiento; a nosotros nos ocurrió lo mismo. Uno de los integrantes del equipo, Pedro Esteban Curuchet, se la pasaba cosiendo y descosiendo la canoa. Cada vez que la usábamos había que arreglar alguna nueva rajadura o nudo que se desajustaba o corteza que se agrietaba.
Para ello en muchas oportunidades hubo que retirar todo el costillaje y cortezas del interior tal cual lo descripto por Thomas Bridges. Cuando sucedía esto veíamos como ya, tanto la canoa como el costillaje y el resto de las cortezas internas, habían adquirido la forma definitiva manteniéndola cada una por si misma.
Cuando comenzamos las costuras de las distintas fajas de la corteza teníamos la gran duda de cómo se iban a comportar éstas; sucede que al hacer una unión entre las dos cortezas nos iba a quedar un ángulo que necesariamente tenía que poseer un nervio, un espesor, algo como para poder hacer la ligazón. Entre dos trozos de corteza unidos borde contra borde (ambos cantos) de aproximadamente unos 5 mm de espesor, por más que se hayan ajustado los bordes para que calcen perfectamente falta algo para que haga presión, forme un nervio. Más si consideramos que la costura es simplemente una espiral sin ningún punto que haga de traba. Buscamos diferentes soluciones, hasta cambiar el punto de costura e incluso hacer dos espirales en sentido contrario pero la respuesta la encontramos sin darnos cuenta.
VIII) Calafateado
Este punto aparece bien explicado por todos los observadores aunque los escritos difieran un poco de unos a otros. El material necesario varía y según cada variante hicimos pruebas.
Thomas Bridges lo describe casi a la perfección sin darse cuenta porque en realidad se está refiriendo al Apio (pág. 274) “Celery. The seed stalks of plants used in making water tight the seams of canoes into which they are sewn as a pad.” Para ampliar más escribió (pág. 582) “To use as natives do earth to dement or wad over the seams of canoe.” Luego para explicar cómo se coloca este emplasto en la unión de las cortezas para que no entre agua agrega (pág. 567): “To sew into or over a seam as a band of “hooshoon” (en yamana apio) in the seams of canoes”. Uniendo estos tres comentarios, en ningún momento está describiendo directamente cómo los yamanas calafateaban una embarcación. Por supuesto que lo probamos y funcionó correctamente a pesar de las variantes que introdujimos.
Como para Hyades (pág. 351) “… se la calafatea con musgos y hierbas apretujadas …” y según Gusinde (pág. 430) “ … rellena las juntas por secciones con musgo, manojos de heno y finas algas rojas …” y Bridges directamente dice (pág. 38 Tomo III en 1869) “The seams are caulked with soaked and bleached stalks of wild celery, to which clay is sometimes added.” Nuestra conclusión fue: el nervio que necesitamos, lo forma este calafate que pueden ser los tallos de apio o cualquier tallo seco de plantas como el pasto alto (paja), colocado sobre algas o musgos mezclados con arcilla, para que haga de emplasto. Evita el ingreso de agua de la misma forma que una compresa puede evitar una hemorragia. En conclusión, algo resistente a la humedad, aplicado con presión tapando la unión de las cortezas.
Todo muy bien pero, ¿ qué sucede con los orificios por donde pasa la costura que presiona y mantiene el calafate en su lugar ?
Pasamos varios días probando cuanta cosa se nos podía ocurrir. Desde pedacitos de musgo a Fastix, caucho, alquitrán, selladores para parabrisas, tanques de nafta, radiadores, incluso goma de mascar; nuestra desesperación era grande, la canoa estaba lista pero con tanta cantidad de pequeños agujeritos no iba a poder navegar. De todo lo que probamos lo que mejor funcionó fue la grasa , a pesar de que –como leemos en el diccionario yamana (pág. 414)– “to tagi (en yamana: colocar arcilla) the seams of canoe once more or for a while longer.” Sí, así de sencillo: colocar una capa de arcilla cubriéndolo todo. Además es un recurso que se encuentra hasta en la misma playa.
También Weddell está dando esta solución cuando comenta que el peso de su canoa estaba dado por: “… todo el piso estaba recubierto de unas seis pulgadas de barro que servía de lastre…” por supuesto que esto cubría el calafate y las pequeñas ranuras de la lezna.
Cada uno de estos experimentos requirió una gran paciencia, marcando las partes de costura que contenían musgo y las que tenían algas. Además hubo que preparar y buscar cada material . Recuerdo que sólo para encontrar las ramas apropiadas de canelo para el costillaje interior Myriam Corsi y Esteban Curuchet tuvieron que recorrer el bosque durante dos días para encontrar las adecuadas.
IX) Armado
El armado de la canoa no es complicado, en especial para el yamana. Seguramente debe haber visto a su padre haciéndolo y cuando ya podía moverse debe haber colaborado, aunque sea con las cosas más sencillas.
Si bien Gusinde escribió: “A un hombre laborioso le llevaría de dos a tres semanas concluirla, en caso que puede efectuar su tarea sin estorbos y encuentre las piezas requeridas en sus inmediaciones.” (pág. 432) pero también expresa (pág. 430) “… la mujer colabora con la tarea de calafatear la canoa, o bien la realiza sola, ya que tiene mayor habilidad para esto que el hombre.” Como vimos el calafateo se hace en el mismo momento de la costura. Sí estaba mejor capacitada que el hombre en esa tarea, es muy probable que en las otras, menos complicadas, también lo ayudara. En el diccionario de Thomas Bridges encontramos varios vocablos que nos hablan de encargar a otro a coser o que haga una canoa. Si bien para descortezar el hombre era ayudado por otros, creo que esta es la única parte de la construcción de la canoa especialmente reservada para el hombre. En los otros pasos debe haber recibido ayuda de su grupo familiar o inclusive de integrantes de otros grupos. Es probable que a su vez, luego, ayudara a los demás a construir su canoa. Aunque una persona fuera muy hábil y pudiera hacerlo solo, existían varios momentos cruciales: descortezar, preparar las cortezas y coser, donde por lo menos se necesitaba ayudante. Por otra parte era la mejor oportunidad que tenía el padre de transmitir la tradición naval a sus hijos y darles las armas para poder vivir independientemente.
Teniendo las cortezas preparadas, el primer paso era coser las varas de lenga al borde recto de los costados. Los palos clavados al suelo, además de marcar el contorno de la canoa, servían para mantener en posición la banda de la canoa con respecto al fondo, roda y codaste. De esa manera y teniendo los materiales necesarios para calafatear, comenzaba la costura en espiral de una de las bandas con el fondo. No bien terminaba un lado comenzaba con otro. Coser estas partes no era fácil, se trataba de un trabajo incómodo y si no se realizaba de a dos, había que poseer brazos muy largos o ubicarse repetidamente dentro y fuera de la canoa con el consiguiente peligro de dañar la corteza.
Luego unía los extremos de las varas longitudinales y colocaba los travesaños que abren la canoa. Con ramas de canelo partida longitudinalmente y quebradas, para que no hiciesen demasiada fuerza, armaba el costillaje interno al cual recubría con tiras de corteza de unos 30 a 40 cm de ancho, que llegaban a la borda de cada banda. Sobre éstas colocaba a modo de piso, tiras longitudinales de corteza. Su ancho variaba de 20 a 40 cm.
La proa y popa podían ser terminadas de distintas maneras: si la canoa era chica directamente con los tres trozos de corteza cortados en punta. Si por el contrario se trataba de una de esas famosas canoas grandes, se le agregaba un triángulo en proa y otro en popa a los extremos mochos de la faja central a modo de continuación. De esa forma se alargaba la eslora si la corteza había quedado chica, dando el acabado de “góndola veneciana”.
Como esto lo pudimos averiguar después de la reconstrucción, cuando realmente entendimos y comprobamos para que servían estos triángulos, los colocamos igual. En el primer momento los pusimos unidos del lado interior, comprobando que no tenían la más mínima utilidad, salvo el aspecto de “luna de 4 días”. Luego de meditar sobre el tema decidimos que sería más lógico colocarlos por fuera de la canoa, cubriendo la faja central y las bandas en las dos extremidades; por lo menos, de esa forma, tendría la utilidad práctica de reforzar dos puntos muy débiles de la canoa y que pueden sufrir mucho, como sucedió, tanto por las olas como por golpes y el resquebrajamiento producido por el constante humedecimiento y secado.
Las canoas cuyas fajas de corteza terminan en punta no llevan este triángulo. Por lo general son canoas chicas y tiene la gran desventaja, como lo comenta Gusinde, que presentan puntos débiles importantes. Las fajas de corteza que terminan en forma puntiaguda, son más propensas a abrirse produciéndose hendiduras que luego continúan por toda la fibra longitudinal de la faja. No sucede lo mismo con las cortezas que, aunque hacia los extremos se angostan, terminan en una punta trunca.
En realidad, esos fueron los pasos que nosotros hicimos, simples si se sabe cómo hacerlos, cómo obtener los materiales y cuál es la función que va a cumplir cada cosa una vez terminado el conjunto. Tres puntos que ignorábamos; dos de ellos estaban enunciados, por partes, en distintos trabajos etnográficos e históricos, a veces frases sueltas en cientos de hojas; el tercero sin ningún tipo de comentario salvo que el conjunto le servía al yamana para vivir en la región del Cabo de Hornos.
El armado, si bien se hacía cerca de la playa, era realizado en el bosque. Fuera de los rayos solares y el viento. Estos elementos hacen que la corteza se secara rápidamente, perdiendo su flexibilidad y resquebrajándose. Era muy importante estar en un ambiente con alto grado de humedad. Fue algo que comprendimos rápidamente al ver cómo se arqueaban y partían solas las cortezas que no dejábamos bien acondicionadas en el bosque una vez que las sacábamos de los árboles.
Referencias muy claras a este punto nos dejó Thomas Bridges (pág. 450 y 628 del dicc. Yamana-English): “Cubrir con ramas y varitas como los nativos hacen con sus canoas nuevas para preservarlas del sol (tuci-nnasasa); llevar una canoa dentro de una casa o dentro del bosque debajo del follaje (wotux-moci).
X) Revestimiento interno
Las pruebas que realizamos en el agua no nos alentaron para que le colocáramos un revestimiento interno tal cual lo explican diferentes textos. Si bien sobre el costillaje colocamos las cortezas transversales y longitudinales a modo de piso, como expresa Thomas Bridges, preferimos no rellenar intersticios entre costillas con hierbas y arcilla por dos motivos: queríamos que quedara lo más liviana posible para transportarla y las constantes reparaciones, por las roturas que le producíamos en esos transportes, hacía que estuviéramos reparándola constantemente, para ello había que vaciarla totalmente. Una cosa que no hacía el yamana era llevarla en camioneta de un lugar al otro, sino que la dejaba amarrada cerca de la costa o sobre la playa; salvo en las raras ocasiones que cruzaban algún istmo cuando era transportada suavemente, sobre un lecho de algas para que no se dañara su fondo.
Tamaño de la canoa
Antes de ingresar directamente a los tamaños de las canoas que encontraron viajeros en distintas épocas, consideramos que existen varias aspectos que hacen al tamaño, siendo éstos la habilidad, necesidad y zona de navegación.
I) Habilidad
Un punto que nos gustaría dejar aclarado es el que actualmente parecen haber olvidado los especialistas. Para construir una de estas canoas se necesita una cierta habilidad manual, además de conocimientos que se adquirían por tradición oral y la práctica, convirtiéndose en una auténtica técnica.
Podemos decir que cada constructor era una artesano que a su real saber y entender, además de la experiencia acumulada, realizaba lo que muchos llamaron “el máximo exponente de la destreza técnica de estos indios” (Gusinde pág. 423) e incluso aquellos que más los despreciaron —como Darwin— dijeron “su trabajo más ingenioso, a pesar de lo miserable que es.” Otros como Spears, más entusiastas, afirmaron “It had a sheer (forma-apariencia) at once pleasing to the eye and well adapted to ride the most tempestuous seas in the world.” También afirmó “Judged by his canoe, he was a naval architect who produced a model to which the designers of yachts in the United States and England are in these days of “spoon” bows approaching, but have not yet equalled.” Aunque su estadía en 1895 fue muy breve las canoas lo deben haber impresionado muy satisfactoriamente.
Los diferentes grados de habilidad y destreza se ven reflejados hasta en los trabajos más antiguos y confiables, como en el diccionario que escribió Thomas Bridges: (pág. 633) “Un hombre que no puede hacer bien una canoa” o (pág. 281) “rápido haciendo canoas”. “Aficionado en realizar canoas” o (pág. 281) “Incapaz de hacer una canoa”. Esto nos habla a las claras de distintos grados de capacidad.
Es interesante leer a Fitz Roy cuando en Cabo Desolación, Caleta Ladrones, encontró una canoa donde estaba la manga del saco de Murray; anotó en su diario (pág. 503) “…La canoa era un armatoste miserable, construído evidentemente a la ligera…”, si apreció esto es evidente que había de las otras. Por otra parte la habilidad no sólo se circunscribiría a la confección de la canoa sino también a la capacidad para descortezar grandes planchas y además largas. Cuanto más larga, el trabajo es más difícil con muchas posibilidad de que se partan.
Nuestra experiencia nos demostró que de una faja con sus casi 5 metros de largo nos rendían unos 4 metros. Es que los extremos son sumamente frágiles y sufren mucho al realizárseles la incisión horizontal superior e inferior. Por otra parte para quitar una faja de ese largo se debía encontrar un árbol en el cual sus ramas más bajas estuvieran por sobre los 6 ó 7 metros y mantuviera un diámetro correspondiente a la sección inferior; en todos los casos el primer metro o metro y medio de planta no presentaba corteza utilizable dado que cerca del suelo, el árbol tiene muchas irregularidades.
Pero dejemos la naturaleza por su lado y pensemos que árboles había en la cantidad más que suficiente para que los yamanas pudieran hacer canoas grandes. En el trabajo de Gusinde (pág. 441) “… las materias primas accesibles determinan las diferencias de tamaño y también la destreza varía mucho de uno a otro hombre. “ Pero preferimos creer que los materiales también dependían de la capacidad del yamana más que de la naturaleza.
Pese a algunos “científicos” que le restan validez al trabajo de Gusinde, a nosotros nos pasó en gran medida lo que expresa esa corta frase, además de no encontrar árboles suficientemente grandes. Por otra parte el tamaño de las plantas varía notablemente con el grado de exposición a los fuertes vientos del sur. En muchas islas encontramos árboles más pequeños en altura y desarrollo que los que se dan sobre el canal Beagle.
II) Necesidad
La familia yamana estaba compuesta por el hombre, según los casos una o dos esposas y sus hijos en un número que oscilaba de dos a cuatro. Al crecer y en edad muy temprana eran inducidos por sus padres a casarse. Hasta ese momento vivían en la misma familia y sólo llegado el momento de contraer matrimonio se independizaban. Para ese momento el nuevo jefe de familia construía una canoa propia. Fitz Roy apuntó (pág. 182) “Having built or stolen a canoe for himself…” refiriéndose al momento de casarse.
Si nos llevamos por esta breve síntesis basada en los trabajos de Thomas Bridges y de Martin Gusinde sería lógico pensar que el tamaño de ambas canoas no era el mismo. Una canoa grande es más difícil de maniobrar que una chica, además que se necesitaría más fuerza muscular para tomar velocidad, y llegado el caso contrarrestar viento, olas, o corrientes. Como en todo pueblo marítimo el tamaño de su embarcación debe haber dependido de sus obligaciones. Para el yamana, poder cumplir con las necesidades básicas de su grupo familiar era su condición para construir una canoa.
III) Tamaño
Podemos tomar básicamente las medidas que dan los distintos viajeros:
Schapenham (Vicealmirante holandés en 1624 al Sur de Navarino, fue el primer contacto con los yamanas) anotó en su diario “… de 10, 12, 14 ó 16 pies de largo por dos de ancho, se sientan cómodamente siete u ocho hombres…”. Sabemos que todo marino da el número de pasajeros como máximo y no en los casos de embarcaciones menores en que se sobreentiende que es capaz de cargar una o dos personas. Deben ser pies ingleses así es que se trata de esloras de 3 a 5 m incluídos los arrufos de los extremos. Para todo marino la eslora es el largo máximo salvo que aclare lo contrario (como eslora en flotación, eslora de cubierta etc).
El Capitán de Navío Don Antonio de Córdoba en 1785 estuvo por la zona occidental y es más probable que haya estado en contacto con alacalufes y chonos que con yamanas, pero de cualquier forma apunta “… estas frágiles embarcaciones son de 24 a 26 pies, su manga 4 y de 2 a 3 su puntal.” En primer lugar es de suponer que se trata de pies de Burgos, normal para esa época, por tanto la eslora de la canoa comprendidos los triángulos de los extremos es de aproximadamente 6,50 m y seguramente no se trataba de una canoa yamana.
James Weddell en su recalada por la región al sur del canal Beagle (región del Seno de Año Nuevo, 1823), le “compró” a un yamana una canoa que según su relato “Tenía un largo de 12 pies 4 pulgadas (3,70 m) y en la parte más ancha medía 2 pies 2 pulgadas (manga 70 cm) …” Se nota la estirpe de marino ya que toma nota de medidas exactas; es la práctica que lleva todo capitán para saber ubicar su nave, de esa exactitud y su experiencia va a salvar su vida, la de su tripulación, la carga y el buque.
Fitz Roy, 1826 en el volumen III pág. 160 “… de 12 a 20 pies de largo y 1 a 2 de diámetro…” nuevamente encontramos esloras de 3,60 m a 6 m (región de Bahía Nassau). Pero además en varios pasajes de su narración agrega interesantes comentarios como “… tres canoas pequeñas con sus dueños…” y más adelante dice “… más gente que la necesaria en esa pequeña canoa…”; cuando se establece la persecución para recuperar el bote robado hace otra alusión directa al tamaño (pág. 491) “nos topamos con una canoa que llevaba dos fueguinos, hombre y mujer…” ( pág. 536). Murray: “… en un sólo día contó más de 100 canoas con 2 a 6 individuos.” Es una clara alusión a su tamaño.
W.H.B. Webster en 1829 en Saint Martin’s Cove (Bahía San Francisco, oeste del Cabo de Hornos) apunto: “… nine feet in length.”
Martial (pág. 190): “La longitud de la embarcación varía entre 4.50 y 5 m; el ancho es de 0,80 m y la altura mayor de alrededor de 0,70 m”
Hyades y Deniker Tomo VII: “Larger 5,20 m, profondeur 0,70 m, larger 0,75 m y 0,85 m.” Evidentemente se están refiriendo a una en particular y no se puede decir que todas las canoas fueran iguales.
En el diccionario Yamana—Inglés de Thomas Bridges encontramos palabras cuyos significados muestran que existían canoas de diversos tamaños como ser: pág. 481 párrafo 4 “He left (in a moored state –amarrada–) me the little canoe in place of the one he took.”
Giácomo Bove estuvo en Tierra del Fuego en 1882, tomó contacto con los yamanas y especialmente con los misioneros de Ushuaia. El tamaño de canoa que pudo apreciar tenía una eslora de 4 a 6 m.
La lista podría seguir pero por las fechas en que estuvieron los posteriores viajeros sólo podían haber visto alguna que otra canoa. A partir de 1902 o fecha cercana a ésta, los autores de libros sobre los fueguinos se basaron más en trabajos anteriores que en propia investigación, existen algunas excepciones como el padre Martín Gusinde pero él bien aclara que ya hacía tiempo que no se usaban más las canoas y la que él describió fue encargada a un yamana conocido como “Viejo Pedro”.
¿Porqué la diferencia de tamaño?
En toda esta lista podemos ver que el tamaño de la canoa variaba de los 3 a los 6 m aproximadamente, existiendo zonas en las cuales los avistajes de canoas pequeñas eran más frecuentes. Coinciden observaciones del sur de la isla Navarino y en especial del Seno de Año Nuevo, Saint Martin’s Cove y la región aledaña al Cabo de Hornos, con canoas de 9 pies a 20. Salvo Martial con canoas de una eslora de 4,50 m para una familia, todos los demás comentan de canoas menores. Los que escriben de canoas de mayor tamaño no estuvieron por la zona sur del canal Beagle o permanecieron pocos días en Ushuaia o no pasaron jamás por la región.
Los motivos como vimos pueden ser varios, desde la habilidad del yamana para conseguir corteza, la técnica para construirla, la disponibilidad de materia prima y sus necesidades. O sería por las distintas condiciones marineras de unas u otras. Inclusive podría tratarse de distintas zonas a navegar con condiciones de mar diferentes, además de las geográficas y las distancias distintas.
Una característica que se repite en las canoas de la región sur occidental es el lastre interno en las embarcaciones más pequeñas. Varios autores, entre ellos Weddell y Webster coincidieron en que el costillaje estaba cubierto por arcilla. Es una observación muy importante dado que no se trata de lastre móvil y que da a la canoa otro tipo de navegación. Pienso que en un medio marino estas diferencias importantes en la navegación no se dan porque sí, sino por una mejor adaptación a las zona a navegar, al igual que las esloras.
Gusinde afirma (pág. 437): “… no conocen un lastre propiamente dicho.” Me gustaría preguntarle: ¿Quiénes? ¿Los yamana del canal Beagle, o los yamana de 1920?.
Nuestra reconstrucción
Como ya comentamos, con todos nuestros tropiezos para la obtención de corteza y confección de la canoa tuvimos que contentarnos con construir una sola. Así fue que comenzamos por la más pequeña, guardamos corteza para una segunda canoa pero esa corteza fue la que terminamos usando para la primera. El proyecto contemplaba en un primer paso una canoa pequeña como la descripta por Weddell y una más grande. Se decidió por la que comentó Weddell por su especificación en las medidas, los otros autores comentan sólo las esloras. Además nos pareció interesante probar el lastre interno.
En la eslora nos quedamos un poco cortos porque nadie tuvo en cuenta que al darle curvatura a la faja central íbamos a perder largo total y el puntal fue dado en achicarse por distintas roturas. En cuanto a la manga consideramos que se trataba de una medida mínima adecuada por ancho de tórax, tal vez podría ser un poco más estrecha pero no mucho más. Esta medida fue respetada y con el ancho de la faja central tomamos las medidas que observaron otros viajeros que apuntaron entre 60 a 85 cm. Al considerar que era una pequeña le proyectamos 60 cm que al doblarse los bordes sola, quedó de 52 cm.
Así es como nos quedó en las siguientes medidas:
eslora: 3,46 m
manga: 0,70 m
puntal: 0,60 m
Cuando la entregamos al museo, dos meses después el puntal había bajado a 0,50 m por tres roturas consecutivas que nos obligó a cortar toda la borda.
Notamos una cosa curiosa, la canoa con el paso del tiempo encoge.
La de Gusinde de 4,10 m que medía cuando la botaron, pasó a 3,78 m en 1990 cuando la inspeccionamos. En nuestro caso a los 6 meses, además de un recorte de la popa por roturas, pasó a 3,06 m. No sabemos muy bien por qué, pero aparentemente al secarse la corteza no mantiene su tamaño original.
AGRADECIMIENTOS
En todo proyecto existen colaboradores en distinto grado, pero que gracias a su conjunto se llega a un resultado casi como el que uno soñaba.
Mis más sinceras felicitaciones al equipo básico de trabajo, que en Ushuaia fue compuesto por: Miriam Corsi, Cecilia Illa, Pedro Esteban “Gato” Curuchet, Moreno Preto, Edith Pacotti y Jorge May. Junto a Jorge May quiero agradecer a toda su familia, en especial a sus hermanos Roberto, Guillermo y Eduardo; a Marta, su esposa, que pasó un fin de año pelando pieles de lobo y descortezando. A Marta Vaggi, sui secretaria, que se encargó de que podamos comer. A Daniel Van Lierde, quien tuvo que posponer sus planes, entre otras cosas.
A los licenciados Ernesto Piana y Hernán Vidal por su importante aporte científico. Al personal del Museo Territorial de Tierra del Fuego (todavía no era provincia) y a su director, Juan Pablo Zanola.
A la Armada Argentina, y en especial a todo el personal de la Base Naval Ushuaia que, por intermedio del Cap. Nav. Héctor Álvarez, nos brindó un apoyo logístico fundamental. A la agrupación de Lanchas Rápidas, y en especial al mando y las dotaciones de las lanchas “Indómita”, “Clorinda”, “Barranqueras” y “Concepción del Uruguay”; a los avisos “Tte. Oliveri” y “Somellera”, que nos llevaron por todas partes con excelente buena voluntad.
A empresas y empresarios de Ushuaia, como La Anónima S. A., Club Náutico Ushuaia, Tolkeyén, Preto Automotores, Juan Carlos Begué y Jorge Luis Trabuchi. A la traductora Sandra Lajous, la historiadora Francis Gati e Inés “La Turca” Keumurdji.
Al equipo de documentalistas de la POLTEL (Polish Television), Andrzej Radominski, Andrzej Galinski y Antoni Bokum. Filmación en 16 mm para la televisión europea.
Al estudio de video R&C Video Ediciones, que editó el video de la Reconstrucción de la Canoa de Corteza
MUSEOS
Un especial agradecimiento a todos los museos cuyo personal jerárquico, como investigadores, museólogos y bibliotecarios, participaron de uno u otro modo en la investigación, recopilación de datos y fotografías publicadas:
Museo Naval de la Nación, Paseo Victorica 602, Tigre. En especial al Sr. Juan C. Sidders y a todo el personal de la biblioteca y salas.
Depto. de Estudios Históricos Navales, Casa Amarilla, Alte. Brown 401, Bs. As. Directores Javier Sosa, Hugo Colombotto y Eduardo Ramos. A Dora Martinez Sundblad.
Museo Etnográfico J. B. Ambrosetti, Moreno 350, Bs. As.
Archivo General de la Nación, Alem 246, Bs. As.
Museo de la Patagonia “Francisco P. Moreno”, Centro Cívico, 8400 S. C. de Bariloche, Rio Negro. Bibliotecaria Gloria Padrós de Henning.
Museo Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile. Casilla 787, Santiago. Especialmente a la Dra. Eliana Durán y al museólogo Miguel Ángel Azocar.
Museo Regional Salesiano Mayorino Borgatello de Punta Arenas. Casilla 347, Punta Arenas, Chile. Al padre Vicente Lucceli y al profesor Sergio Lausic Glasinovic.
Biblioteca Nacional, Subjefe Departamento de Museos, Lic. Daniel Quiroz Larrea. Clasificador 1400, Santiago, Chile.
Museo del Recuerdo, Instituto de la Patagonia, Universidad de Magallanes. Casilla 113-D, Punta Arenas, Chile. Especialmente al Sr. Mateo Martinic.
National Maritime Museum, Greenwich, London SE109NF, Gran Bretaña. Conservación de maderas y técnicas de arqueología naval.
Musée de La Marine, Palais de Chaillot 75116 Paris, Francia.
Musée de L´Homme, Palace du Trocadero et du 11 Novembre, 75116 Paris, Francia.
Chasse Marée, Abri du Marin B.P. 159 29171, Douarnenez Cedex, Francia.
Museo Naval de Madrid, Montalbán 2, 28071 Madrid, España.
Ministerio de Marinha, Servicio de Documentacao Geral da Marinha, Rua D. Manoel 15 Centro, 20091 Rio de Janeiro, Brasil.
Museum do Indo, Biblioteca, Rua das Palmeiras 55, Botafogo 22270, Rio de Janeiro, Brasil.
Australian Institute of Aboriginal and Torres Strait Islander Studies (AIATSIS), GPO Box 553, Canberra ACT 2601, Australia.
The Tasmanian Maritime and Folk Museum, P.O. Box 658, Devonport 7310, Australia. Búsqueda realizada por Stephen Hiller.
Port Albert Maritime Museum, Hedley 3967, Victoria, Australia. Recopilación realizada por Beryl Atkin.
Bernisches Historisches Museum, Helvetiaplatz 5, CH-3000 Bern 6, Suiza. Secretaria Heidi Hofstetter.
Folkens Museum Etnografiska, Djugardsbrunnsvagen 34, S-11527, Stockholm, Sweden. Curadores de las colecciones fotográficas, Sanna Torneman y Steffan Brunius.